Y la pregunta del millón al final explicado de Los puentes de Madison es: ¿Por qué no se va Francesca Johnson (Meryl Streep) con Robert Kincaid (Clint Eastwood)? ¿Por qué no se baja de la furgoneta? ¿Qué imán le tiene atraída al asiento de la pickup que le impide irse con el amor de su vida? La respuesta no es "por sus hijos", porque "en el fondo quiere a su marido", "por lealtad a su familia", "porque lo suyo con Robert puede no salir bien" (que es lo mismo que decir "por miedo"). La respuesta es: sencillamente porque no habría historia. Los Puentes de Madison es una historia sobre la renuncia, no una historia sobre el amor. En serio, ese es el final explicado de los Puentes de Madison. ¿Te imaginas que Francesca hubiera abierto la puerta de la furgoneta y se hubiera lanzado a los brazos de Robert? Habría sido una historia totalmente diferente, una historia de vivieron-felices-comieron-perdices. Y no es una historia de amor, es una historia sobre el amor como concepto, sobre el amor que, así, aislado, se puede admirar, venerar, guardar, anhelar, pero no tener. Por eso en la secuela ni Francesca ni Robert llegan nunca a juntarse después de esa última escena juntos.

El interés de toda la historia está en la renuncia del amor, no en el amor en sí. El momento que define la película, el momento que define a la pareja es esa furgoneta, no cuando están bailando en la casa, no cuando se dan el primer beso, tampoco cuando se bañan... La clave no está aquí:

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Final explicado de 'Los puentes de Madison'

De hecho, hay una frase en la que el personaje de Clint Eastwood parece que está hablando sobre fotografía, pero que en realidad está hablando sobre el concepto de amor. Es una frase que resume a la perfección el sentido y la explicación del final de Los puentes de Madison. Está hablando con Francesca sobre la diferencia entre hacer fotos y sacar fotos. Kincaid hace fotos, no las saca. "Así es. Al menos así es como me gusta pensarlo", dice el fotógrafo. "Esa es la diferencia entre los que sacan instantáneas los domingos y los fotógrafos profesionales. Cuando haya terminado con el puente que vimos hoy, no tendrá el aspecto que tú piensas. Lo habré convertido en algo mío, por la elección de la lente, o el ángulo de la cámara, o la composición general, o probablemente por la combinación de todo eso. Yo no me limito a tomar las cosas como se presentan; trato de convertirlas en algo que refleje mi conciencia personal, mi espíritu. Trato de encontrar la poesía en la imagen". Y lo mismo ocurre con su historia de amor, es una fotografía, es un concepto para ser admirado.

clint eastwood y meryl streep en una escena de los puentes de madison county
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¿A que no sabías que había secuela? Pues la hay, no en el cine, sino en forma de libro: Los caminos del recuerdo: Regreso a 'Los puentes de Madison'. Y precisamente esta secuela, que actúa a modo de epílogo, insiste en el sentido del final de los Puentes de Madison y la clave de su explicación (y de la primera novela de Robert James Waller que adapta). Porque dieciséis años después Kincaid regresa al puente Roseman, puente al que Francesca no ha dejado de volver una y otra vez, reviviendo en sus tablones de madera ese concepto de amor inalterado. Pero no se juntan otra vez. Y no lo hacen porque, de nuevo, no tendría sentido. De hecho la secuela parece estar escrita para explicárselo a los lectores y a los espectadores que todavía se están preguntando por qué no se bajó o que aseguran que debería haberse bajado. Ahí es dónde está la clave del final explicado de Los puentes de Madison.

En el libro, una y otro, acuden una y otra vez a sus recuerdos, sin que la historia avance. Bueno a Robert le sale un hijo, que le persigue en su viaje, pero que no tiene nada que ver con él o con Francesca. O quizá sí, un hijo al que no conoce, del que desconoce su existencia después de una noche apasionada trata de buscarle por todo Estados Unidos hasta que da con él. Los cuatro días apasionados con Francesca se transformaron en un recuerdo. Una noche apasionada con una mujer de la que nunca más supo se materializó en algo infinitamente más tangible que la idea de un amor idílico: un hijo. Hmmmmmm. Sin duda, esa es una buena conclusión a la hora de explicar el final de Los puentes de Madison.