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No eres en absoluto machista, sabes y defiendes que mujeres y hombres tienen los mismos derechos y merecen las mismas oportunidades y, sin embargo, cada día, sin darte cuenta, haces mil cosas que reflejan y perpetúan la desigualdad de las mujeres respecto a los varones. He aquí 10 síntomas de micromachismo en los que incurres de forma casi inconsciente. Te enseñamos a reconocerlos y te mostramos cómo minimizar su daño. Son meteduras de pata fácilmente evitables.

1- En una reunión laboral, presentarse con dos besos en lugar de dar la mano. Tal vez hayas intercambiado miles de e-mails y algunas conversaciones telefónicas con esa compañera de la sede de Valencia, a la que por fin conoces en persona. No te abalances sobre ella como si fuera algún miembro de tu familia al que llevas años sin ver. Dale espacio, no atosigues, y sobre todo, no la beses. Y menos aún si tu homóloga viene del extranjero, además de machista, te considerará muy poco profesional. Sonríe, dale un afectuoso apretón de manos basta, y hala, a discutir sobre márgenes de beneficios, estrategia de ventas o ampliaciones de plantilla.

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2- El camarero te trae la nota a ti, o peor incluso, tu compañera le ha dado un billete y él (o ella, pues como el machismo, no solo lo comenten hombres) te devuelve a ti el cambio. Ahí dirás que tú no eres el causante del micromachismo, que tú solo eres testigo, y bueno, tendrás razón. Pero dale la vuelta, si te quedas callado sin más, pasándole las monedas a tu acompañante, un poco sí que contribuyes con tu silencio a perpetuar el crimen. No hace falta que armes un escándalo, solamente que le señales el error y le restes importancia, con algún comentario jocoso del tipo: "Mira qué bien, además de invitarme a un café, me he sacado 3 euros por la cara".

3 -… y si eres el camarero, o la camarera, ya puedes ponerte las pilas, es una profesión en la que hasta hace muy poco imperaba el machismo más recalcitrante: se acabó lo de el café solo / el whisky / el chuletón de Aranda para él y el cortado / el refresco / la ensalada para ella. Tábula rasa, no caigas en estereotipos: por mucho que la experiencia te sugiera lo que va a pedir el cliente antes incluso de llegar a la barra, sabes mejor que nadie que la intuición falla y que las apariencias engañan. Así que no te anticipes, toma nota de la comanda y ponle a cada cual lo que haya pedido. Y, por supuesto, llévale la nota a la persona que la pida, siempre preguntando antes: "¿Todo junto?”.

4- Al entrar en una habitación, cedes el paso a una mujer. Hasta ahí todo está bien si también obras de forma similar cuando se trata de un hombre, es una cuestión de deferencia, no tienes prisa y dejas a la otra persona pasar antes. Sin embargo, si la mujer te hace el gesto de que pases tú, no insistas, como de hecho no lo harías si el gesto proviniera de un hombre. Déjalo estar y cruza el umbral. Tal vez para ti es cuestión de cortesía, pero no lo es, no estamos en un naufragio en el que los niños y las mujeres van primero –y no por una cuestión sensiblera, sino por supervivencia de la especie–, sino únicamente saliendo del ascensor o entrando en un restaurante. Guárdate el héroe que llevas dentro para una ocasión más propicia.

5- Cuidado con los vocativos: ni un solo, "guapa", "preciosa" o similar. Y yo, en particular detesto todavía más los "cielos" y "cariños", que algunos profieren de forma tan prolija. Resultan, cuando menos, condescendientes. Si además así es como te refieres a alguien que no conoces, a una mujer en la cola de cine, al parar a poner gasolina, en la consulta del dentista, ya es directamente insultante. Reserva los apelativos cariñosos para los tuyos, a las demás, dirígete por su nombres de pila, por su apellido, o por un neutro "señora". "Señora", nunca "señorita".

6- Y seguimos con los nombres. En las reuniones sociales y laborales, al hablar de personajes públicos, ya sean artistas o políticos, a ellas les llamas por el nombre de pila, sin mencionar el apellido. Se habla de Rajoy y Soraya, de Trump y Hillary, de Macron y Sególène, de Penélope y Bardem, hasta incluso de Marilyn y Brando. De hecho, párate a pensar en los muchos compañeros a los que llamamos por el apellido y en las compañeras a las que siempre nos referimos con el nombre de pila, y a veces, hasta con un diminutivo. ¿No es un tanto paternalista? En cualquier caso, lo que es grave es que eso suceda en los titulares de prensa, pero si en tus conversaciones te acostumbras a añadir el apellido, nadie se va a quejar, al revés, mucha gente se sentirá mucho más cómoda en tu presencia.

7- Nunca jamás comentes que una mujer va sin depilar, o que está demasiado gorda o vieja o lo que sea para llevar el modelito que ella desee. Bien sabes que ese comentario es estúpido y fuera de lugar, más aún cuando el aspecto de la mujer en nada afecta a su trabajo. Más o menos es como si se comentara de un hombre que se está quedando calvo, o que "vaya facha con esos pantaloncitos, quién se creerá que es". Sí, ya sé que se hace, pero a ¿que si se trata de un hombre resulta más fácil darse cuenta de que es un argumento idiota, nada constructivo y muy desmoralizador?

8- “Mejor lo hago yo”. Yo pensaba que coger un taladro y colgar un espejo estaba más allá de mis posibilidades. ¿Por qué? Pues porque de niña, en mi casa siempre se llamaba a un profesional para estas cosas. Tal vez lleves toda la vida cambiando enchufes y se te dé de miedo, pero si alguna vez tu pareja (o tu madre, o una hermana, o una amiga) te pide que le ayudes con alguna pequeña chapuza, hazlo, pero no lo hagas en su lugar. Enséñale cómo se hace, aunque a ella le dé pereza aprender y tú sepas que si lo haces solo, acabas antes (total, ya has cambiado la goma del grifo decenas de veces). Sabes que no es física cuántica, sino algo que todo el mundo puede lograr, de hecho, tú mismo llevas haciéndolo desde niño. Dale las herramientas para que sepa valerse por sí misma, explícale en qué fijarse, cómo obrar. Y esto sirve para absolutamente todo, desde arreglos del hogar, hasta cambiar la rueda del coche o utilizar un nuevo programa informático para poner en marcha la calefacción.

9- Cuidado con cómo te sientas. En junio pasado leí con estupor en la prensa: "Los autobuses de la EMT llevarán pegatinas contra el manspreading o despatarre masculino, la costumbre de algunos hombres de sentarse con las piernas abiertas en el transporte público ocupando el espacio ajeno". Imagínate cómo debe de ser el problema para que la EMT haya tomado cartas en el asunto. Sí, que te sientes con las piernas bien abiertas, ocupando todo el espacio, ya no es solo cuestión de micromachismo, sino de cortesía básica.

10- Los dos trabajáis. Compartís las tareas del hogar, la educación de los hijos. Que sea verdad. No se trata de "ayudar en casa", en plan, "hoy me toca fregar los platos o poner la mesa", sino compartir al 100 % el trabajo doméstico. Igual que tú le has enseñado a cambiar un enchufe, insiste en desempeñar tu papel y conviértete en un cuidador al mismo nivel: no solo preparas biberones y cambias pañales, realizas también las tareas más desagradables, como cambiar las cortinas o limpiar el wáter. Recuerdo que de niña pensé: "Algunos hombres, a veces, lavan los platos, o hacen la colada o cocinan, pero siempre es invariablemente mujer la que limpia el cuarto de baño". Esperemos que eso sea un pensamiento de mi infancia. No cuesta mucho repartirse las tareas de forma equitativa, a partes realmente iguales. Así que remángate, ponte unos guantes de goma, y… ¡a acabar con esos gérmenes!

Como has visto, tú, que estás en contra de todo machismo y desigualdad, que participas en miles de campañas a favor de derechos de las mujeres y en contra de la violencia de género, sigues, sin darte cuenta, una serie de conductas con las que impones y mantienes un cierto dominio o superioridad. Nunca lo hubieras dicho. Y no es una actitud exclusiva del hombre, muchas mujeres incurren en los mismos malos hábitos. Pero no te preocupes. Hay remedio. Lo primero es la concienciación, darte cuenta de las actitudes micromachistas que te rodean. Después, una vez detectadas, evitarlas no es difícil. Como hemos analizado, son pequeñas cosas, pero que, si se corrigen, pueden hacer una diferencia muy grande, enorme.