El único objetivo de las personas y los programas que luchan contra el cambio climático es encontrar formas de mantener el carbono fuera de la atmósfera. Plantar árboles es una gran ayuda, ya que sus raíces leñosas retienen el carbono durante décadas, y las empresas se afanan por encontrar medios artificiales de absorber los gases de efecto invernadero del aire y secuestrarlos bajo tierra. Pero en esta obsesión por controlar los niveles de CO2, se ha pasado por alto una importante fuente de emisión y almacenamiento: el suelo.

    Según un nuevo estudio de la Academia China de Ciencias y la Organización de Investigación Científica e Industrial de la Commonwealth de Australia, los dos metros superiores del suelo bajo nuestros pies contienen actualmente unos 2,3 billones de toneladas de carbono inorgánico, cinco veces más que todas las plantas terrestres de la Tierra juntas.

    Los científicos llegaron a esta cifra analizando 200.000 muestras de suelo de todo el mundo, y descubrieron que las concentraciones de carbono inorgánico eran mayores en paisajes áridos y semiáridos, donde el agua tiene menos probabilidades de arrastrar estos carbonatos. Aunque países como Australia están especialmente llenos de carbono inorgánico -el continente es el quinto mayor depósito, según el estudio-, también se encuentra en regiones más húmedas a lo largo de los ríos y alrededor de lagos y zonas costeras. Así pues, estos suelos que bloquean el carbono afectan a todo el mundo. Los resultados del estudio se publicaron la semana pasada en la revista Science.

    "Esta enorme reserva de carbono se ve afectada por los cambios en el medio ambiente, especialmente por la acidificación del suelo. Los ácidos disuelven el carbonato cálcico, lo que significa que el carbono se disuelve en agua o se libera como gas de dióxido de carbono", escribieron los investigadores en un artículo para The Conversation.

    El carbono inorgánico -principalmente en forma de minerales carbonatados sólidos como la caliza, el mármol o la creta- es diferente del carbono orgánico como la hojarasca vegetal, las bacterias y los desechos animales. Mientras que este último ha acaparado la atención mundial, el carbono inorgánico ha sido ignorado en gran medida como una herramienta importante en el proceso de la Tierra para regular el CO2 en la atmósfera y una fuente potencial del gas inductor del cambio climático.

    El estudio calcula que en los próximos 30 años podrían liberarse unos 23.000 millones de toneladas de carbono inorgánico, sin que se sepa muy bien cómo afectará a la tierra, el agua y la atmósfera del planeta. En comparación, la industria aeronáutica emite unos 1.000 millones de toneladas de CO2 al año, por lo que este carbono inorgánico es una cantidad no tan insignificante.

    Los autores del estudio señalan la importancia de las prácticas agrarias -ya sea el riego o la fertilización-, así como de estrategias como la mejora de la meteorización de las rocas y la forestación, que pueden ayudar a mantener el carbono inorgánico encerrado en los suelos. Al fin y al cabo, reducir el CO2 es el objetivo del cambio climático, y el suelo mundial tiene mucho que decir al respecto.

    Vía: Popular Mechanics
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    Darren Orf

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