Esas imágenes han quedado grabadas en mi retina porque las habré visto miles de veces. Me han costado más de un buen costalazo, por las veces que intenté imitar a Comaneci en las asimétricas y en la barra de equilibrio del gimnasio de mi colegio. Esa pequeña gimnasta que volaba por los aires y que, cuando parecía que iba a caer en realidad se cambiaba de barra, finalizó el ejercicio obligatorio de barras asimétricas con una salida perfecta.

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El 18 de julio de 1976, Nadia Comaneci, de catorce años de edad, logró hacer historia en la gimnasia al conseguir una puntuación de 10 en unos Juegos Olímpicos. El marcador no estaba preparado para un 10 perfecto, como solo tenía tres dígitos mostró 1,00. Ella misma lo contó así en una entrevista del documental Legends Live On del Olympic Channel: “Cuando hice el obligatorio en paralelas pensé que había hecho un muy buen ejercicio pero no perfecto. Ni siquiera miré el marcador. Entonces oí un gran estruendo en el estadio, me giré hacia el marcador y lo primero que vi fue el 73, que era mi dorsal, y luego el 1,00 debajo. Miré a mis compañeras de equipo y me hicieron un gesto con los hombros de no entender. Fue todo muy rápido. El hecho de que el marcador no pudiera mostrar el 10 hizo que la situación fuera más dramática”.

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PA Images Archive//Getty Images
El marcador no estaba preparado para la perfección total.

El caso es que el problema ya se veía venir, o por lo menos sí que lo vieron venir los técnicos de Omega, la empresa responsable del marcador oficial de los Juegos Olímpicos. Ya habían visto cómo la joven rumana conseguía el 10 perfecto en la Copa América de gimnasia celebrada en marzo de ese mismo año en el Madison Square Garden de Nueva York. Cuando se lo advirtieron a los miembros del COI, el Comité Olímpico Internacional, estos les aseguraron que no había de qué preocuparse, que conseguir el 10 perfecto en las Olimpiadas era prácticamente imposible. Vaya vista: durante el resto de los Juegos de Montreal, Comaneci ganó otros seis dieces.

Olympian Nadia Comaneci with Press
Bettmann//Getty Images

Cuando volvió a Rumania, Nadia se asustó al ver la multitud que había acudido a recibirla al aeropuerto. Sabía lo que eran los Juegos Olímpicos, pero desconocía su magnitud. De hecho, ni siquiera era consciente de que nadie había conseguido el 10 perfecto antes que ella. El dictador Nicolau Ceaucescu se valió del éxito deportivo de Nadia con fines propagandísticos. Era el ejemplo perfecto de tenacidad y esfuerzo que había colocado a Rumania en el candelero, una pequeña heroína comunista. Pero Comaneci era más popular que él. Quizás demasiado popular.

Nadia Comaneci
Time Magazine
Comaneci, portada de la revista Time

En la siguientes olimpiadas, las de Moscú del año 1980, Comaneci cometió un error en el ejercicio preliminar, en las barras asimétricas. La niña de Montreal se había convertido en una mujer, más alta, más grande. Se adelantó en un giro, no esperó lo suficiente, y cayó al suelo. A medio planeta se le paralizó el corazón. Muchos creyeron que esa Nadia más grandota estaba acabada. Al día siguiente, Comaneci demostró su valía. Frente a unos jueces hostiles logró un 10 en el mismo aparato en el que había fallado la víspera. Y luego consiguió otro en la barra de equilibrio. Además de los dos oros, consiguió dos platas. Si alguien creía que era historia, se había equivocado.

Nadia Comaneci and Coach Reacting in Disbelief
Bettmann//Getty Images
Nadia Comaneci con mirada escéptica mientras su entrenador Béla Károlyi reacciona con incredulidad tras una disputa entre los jueces olímpicos de Moscú 1980.

En el año 1981, cuando Nadia estaba de gira por los Estados Unidos, sus entrenadores, la pareja formada por Béla y Marta Károlyi pidieron asilo político y se quedaron en el país. Allí empezó el infierno de la atleta. Ya no le volvieron a dejar salir de Rumania para competir. De hecho, se sentía vigilada, día y noche. Nicu Ceaucescu, el crápula hijo del dictador, se encaprichó de ella, pero por suerte para Nadia, enseguida perdió el interés y la dejó en paz. Tal vez fue que la madre de Nicu, la terrible Elena Ceaucescu –que según muchos era aún más sanguinaria y cruel que su marido– la que obligó a su hijo a terminar la relación. Eso es lo que al menos sugiere Pola Rapaport en su documental de 2016 Nadia Comaneci: La gimnasta y el dictador. Rapaport asegura que, en los años ochenta, Comaneci no podía entablar ninguna relación estrecha con nadie, consciente de que la vigilaban.

Nicu Ceaușescu
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Nicu, el tercer hijo del Nicolas y Elena Ceaucescu, que tenía fama de mujeriego y bebedor, se encaprichó de Nadia. Por suerte para la atleta, pronto se el pasó el antojo.

En 1984 se retiró oficialmente como atleta y empezó a trabajar en la Federación Nacional de Gimnasia. Siguió viviendo con su madre, la Securitate la tenia vigilada día y noche, y apenas tenía para vivir. Estaba desesperada, agobiada y cautiva. Eran tiempos difíciles para el pueblo rumano. Ceaucescu, para pagar la deuda externa acumulada, ordenó la exportación de gran parte de la producción agrícola e industrial del país. El resultado fue la escasez de comida, energía y medicamentos, lo que provocó que la vida diaria de muchos rumanos fuera una lucha por la supervivencia. Comaneci había conseguido un montón de medallas de oro para su país, pero se moría de hambre. Hasta que un día no pudo más y decidió huir, a pesar del miedo de las represalias que pudiera haber contra sus padres y su hermano Adrián. Mientras que en la Europa del Este se empezaba a notar el cambio que provocó, por ejemplo, la caída del muro de Berlín durante la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989, en Rumania el tiempo se había detenido; Ceaucescu se resistía a abrirse a occidente.

Anti-Communist civilians hold anti-Ceausescu portr
PATRICK HERTZOG//Getty Images
Protestas contra Ceaucescu en Bucarest en 1989. La represión ordenada por el dictador causó la muerte a miles de civiles.

La noche del 27 de noviembre de 1989, Comaneci y otras seis personas caminaron en la oscuridad hacia la frontera de Hungría, su idea era escapar y solo contaban con la ayuda de un rumano que había logrado huir y era ciudadano estadounidense, Constantin Panait. Atravesaron un terreno pantanoso medio helado, con un agua sucia y fría que les llegaba hasta las rodillas. En cualquier momento les podían descubrir, darles un tiro o encerrarlos de por vida. Pero tuvieron suerte; de pronto se toparon con un cartel en un lenguaje que no conocían. Habían llegado a Hungría. Fueron a una comisaría y, tras identificarse, Comaneci obtuvo permiso para viajar a Viena. Al día siguiente. entró en la embajada estadounidense donde solicitó asilo político. Menos de un mes después, el 23 de diciembre, se producía en Rumania un levantamiento contra el régimen de Ceaucescu, en el que el dictador y su mujer fueron detenidos, declarados culpables de genocidio por un tribunal militar y fusilados dos días después. ¿Sabía Nadia que los Ceaucescu tenían los días contados? Lo dudo, en 1989, los días en que la acosaba Nicu quedaban ya lejos.

Nadia Comaneci and Friend at News Conference
Bettmann//Getty Images
Comaneci a su llegada al aeropuerto JFK de Nueva York, acompañada por Constantin Panti, quien la había ayudado a escapar.

Comaneci llega a Nueva York, radiante, y da una conferencia de prensa en la que no oculta su felicidad por estar en Estados Unidos: "Tenía muchas ganas de vivir libremente. Soy muy feliz. llevaba mucho tiempo queriendo venir aquí", declara. Bart Conner, el gimnasta con el que había compartido pódium en la Copa América de marzo de 1976 –aquella competición en la que consiguió su primer 10 preolímpico– trata de ponerse en contacto con ella, y lo mismo hace su antiguo entrenador Béla Károlyi. Al principio no lo consiguen porque Panait, el rumano que la había ayudado a escapar, no le transmite los mensajes de sus amigos. Su plan es convertirse en el mánager de Comaneci y ella, agradecida por su ayuda para salir de Rumania, se deja hacer. Conner se da cuenta de que algo raro sucede, le parece extraño que nadie reciba respuesta de la atleta. Se entera de que la gimnasta va a salir en el programa de televisión The Pat Sajak Show y, como conoce personalmente al productor del programa, acude al plató para verla.

Conner Performing on Bars
Bettmann//Getty Images
Bart Conner había conocido a Comaneci en 1976, cuando compartieron pódium en la Copa América.

Tras el programa, Conner se presenta ante ella, le da su teléfono y le propone hacer exhibiciones gimnásticas juntos. Ella al principio duda, no se acaba de fiar de Conner, pero está en buena forma y acaba cediendo. Se forja una amistad entre ellos que se transforma en romance y luego acaba en boda el 1 de abril de 1996. Casi 10 años después, el 3 de junio de 2006, nace su hijo Dylan.

En la actualidad, Comaneci y Conner son socios y dueños, junto a Paul Ziert, de la Bart Conner Gymnastics Academy, un gimnasio en el que entrenan a 1500 niños. También poseen la revista International Gymnast, la productora de televisión Perfect 10 Productions, Inc. y Grips Etc, una compañía de suministros de material deportivo. Comaneci sigue viajando por todo el mundo como embajadora global de Special Olympics International y es miembro fundadora la Fundación Laureus Sports for Good. A menudo acude a Rumania para apoyar a sus propios proyectos, la Fundación Nadia Comaneci y la Clínica Infantil Nadia Comaneci de Bucarest.

Media Interviews - 2017 Laureus World Sports Awards - Monaco
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Comaneci y Biles en una entrevista antes de la Gala Laureus celebrada en Mónaco en 2017.

No es un cuento de hadas, ni tampoco el sueño americano, pero se les parece bastante. La novia de Montreal sigue siendo fuente de inspiración. Simone Biles, la gimnasta estadounidense que nos enamoró en 2016 en los Juegos Olímpicos de Río, 40 años después del 10 perfecto de Comaneci, comentó durante los actos previos a la Gala Laureus de Mónaco de 2017 que Nadia había sido siempre un referente. “Si compitiéramos entre nosotras, ganaría Nadia”, soltó Biles. “Yo siempre me estoy cayendo”, añadió. Comaneci por su parte comentó: “¡Qué contenta estoy de no haberla tenido [a Biles] como rival. Es la mejor, la más poderosa”.

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Crédito: Anagrama

Uno de los libros que mejor tratan la figura de la gimnasta es la novela de Lola Lafon La pequeña comunista que no sonreía nunca, traducida por Francesc Rovira y publicada por Anagrama. A través de un intercambio fabulado de correos y conversaciones telefónicas con Comaneci, Lafon teje la trama de un documental ficcionado en el que nos habla de la dictadura que sufrió Rumania con Ceaucescu, pero también de la dictadura que reina en el mundo del deporte de élite, sobre todo para las mujeres que acceden al pódium siendo casi unas niñas.