Se acercan de nuevo otras elecciones, y todos tenemos un poco la sensación de ser Bill Murray en Atrapado en el tiempo; vamos a vivir nuestro particular "día de la marmota" electoral; hace nada que acudimos a las urnas para las Municipales y Autonómicas y el 23J nos toca votar en las Elecciones Generales. Y hay quien, independientemente de lo que suceda en campaña, tiene muy claro desde ya a quién votar. Pero hay quien no, e incluso quien tiene claro que no quiere votar a ninguno de los partidos que se presentan. Para ellos es este artículo.

No seré yo quien recomiende la abstención, el voto en blanco o el voto nulo, creo en la responsabilidad de elegir un gobierno, no en la pataleta y el castigo. Pero entiendo el hartazgo que invade a gran parte de la población, y que hace que muchos decidan no ir a votar. Otros, van más lejos y deciden votar como castigo –como muestra de disconformidad con todos los partidos que se presentan– y votan en blanco o hacen que su voto se contabilice como nulo: meten dos papeletas distintas, escriben cualquier ocurrencia que consideran ingeniosa, lo que anula el sufragio. De estas tres opciones, ¿cuál beneficia a quién y por qué?

Unsatisfied
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Voto nulo: ¿a qué partidos beneficia?

El artículo 96 de la Ley Orgánica 5/1985 del Régimen Electoral General declara nulo "el voto emitido en sobre o papeleta diferente del modelo oficial, así como el emitido en papeleta sin sobre o en sobre que contenga más de una papeleta de distinta candidatura” (tranquilos, si ponéis más de una papeleta del mismo partido es un voto válido, se supone que, por accidente, se han cogido dos en lugar de una). El voto nulo se considera como "voto emitido no válido" y se contabiliza, pero no afecta al reparto de escaños. O sea, que los votos nulos no perjudican ni benefician a nadie.

Voto en blanco: ¿a qué partidos beneficia?

Según el mismo artículo, se considera voto blanco, pero válido, cuando dentro del sobre no hay nada o, en el caso del Senado, cuando la papeleta que se mete dentro del sobre no indica el nombre de ningún candidato. Como el voto en blanco es válido, se suma a los votos obtenidos por las diferentes candidaturas para hacer el reparto de escaños. Eso se debe a que nuestro sistema electoral se rige por la ley D'Hondt, un sistema de cálculo proporcional para la elección de los diputados. Según este sistema, en cada circunscripción se excluye antes que nada a las candidaturas que no hayan obtenido, al menos, el 3% de los votos válidos emitidos, por lo que, al estar incluidos los votos en blanco, una candidatura necesita más votos para lograr escaño.

Veamos un ejemplo: si en una provincia ficticia, Rosilandia (en mi honor), ha habido 100 votos a candidaturas, un partido solo necesita 3 votos para lograr escaño. Sin embargo, si hay 100 votos a candidaturas y otros 40 en blanco, suman un total de 140, por lo que, para estar representado, un partido necesitaría 4,2 votos. El voto en blanco perjudica a los partidos más pequeños por necesitar más votos que el resto para conseguir un escaño. O sea, que si votamos en blanco como forma de protesta contra las grandes formaciones, en realidad esa actitud le suma puntos a los partidos a los que queríamos castigar.

Ensayo sobre la lucidez de José Saramago

Ensayo sobre la lucidez de José Saramago
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Crédito: DeBolsillo

La novela Ensayo sobre la lucidez, publicada en 2004, de José Saramago, tiene como punto de partida el voto masivo en blanco (el 83%) en unas elecciones y le sirvió al autor para lanzar duras críticas a los gobiernos del mundo occidental. El libro causó en su día una gran polémica, el autor hizo un llamamiento entonces a votar en blanco, una decisión que, aseguraba, haría temblar los cimientos mismos del sistema, lo que no ocurre con la abstención. "Un 40 por ciento de abstención no preocupa a nadie. Un 40 por ciento de votos en blanco sería la hecatombe", declaró Saramago cuando presentó la novela. Han pasado 15 años, pero la cuestión sigue ahí. Yo no soy muy optimista con lo que pasaría si hubiera un 40 % de votos en blanco, pienso que sería un poco como abrir la puerta a las formaciones más extremistas, como la historia nos ha mostrado una y mil veces.

Abstención: ¿a qué partidos beneficia?

La abstención se da cuando un ciudadano no va a votar. A veces sucede porque alguien no puede acercarse a las urnas, porque surge algún imprevisto como un viaje inesperado o un molesto gripazo que te deja en cama, pero en gran parte ocurre por lo mismo que el voto en blanco y el voto nulo, por desidia, hastío o como forma de protesta contra nuestro sistema electoral. La abstención, en principio, no beneficia ni perjudica a ninguna fuerza política, pero al haber menos electores, la representación se concentra más en los partidos con más votos.

Aun así, no es cuestión de ver a los abstencionistas activos como bárbaros malintencionados, no olvidemos que en España el voto es un derecho, pero no una obligación. Muchas personas sienten repulsión por el dogmatismo de los partidos que más se acercan a su ideología, y al mismo tiempo, son incapaces (y están en su derecho) de votar a un partido cuyo programa no se ajusta a sus intereses. La falta de democracia interna y lo asumida que está la disciplina de partido les hacen pensar que no están representados debidamente. Para ellos, no toda resistencia es fútil y no quieren formar parte del juego. No pueden romper la baraja, pero sí que pueden quedarse fuera cuando se reparten las cartas.

Protester
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¿De cuál deberías hacer uso si no sabes a quien votar en las próximas Eleciones Generales del 23 J?

Por muy cansados que estemos de los políticos, de sus batallitas casi personales, de su falta de talento –o de ganas– para ponerse de acuerdo y de nuestro sistema electoral, una cosa está clara: el voto es la única forma de cambiar las cosas. Es cierto que el panorama político es desolador, con una izquierda progresista totalmente a la gresca, a pesar de compartir muchos puntos en común en sus respectivos programas políticos, y una derecha que sí que sabe y muy bien ponerse de acuerdo para repartirse el pastel, aunque para ello las formaciones más clásicas hayan tenido que tragar bilis y pactar con una extrema derecha rancia y retrógrada que suelta flores como negar la violencia de género. La verdad es que dan ganas de quedarse en casa y no salir a votar, pero hacerlo es, en mi modesta opinión, un grave error.

Clásicamente, los votantes de derechas no suelen abstenerse, ni votan en blanco o nulo, creen más en su partido, en "los suyos", o si no, en otros similares. La abstención o el "voto gamberro" se da más en los ciudadanos de ideas progresistas, que suelen cuestionarse lo que hacen los partidos que le son más afines y que tienden más a mostrar su decepción con quienes les representan.

Investiture Parliament Session
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No deberíamos dejarnos llevar por lo poco que oímos en televisión, o leemos en Twitter, por cómo nos cae tal o cual candidato. Los programas electorales son públicos, y de fácil acceso, están en las respectivas páginas web de todos los partidos, y, sin embargo, casi nadie se los lee; votamos por "intuición", basándonos en dos o tres medidas populares que los políticos bien se preocupan de sacar a relucir en campaña. Y luego está el problema de que los políticos no cumplen lo que prometen, a veces incluso llegan a implementar medidas radicalmente opuestas a lo que aparece en su programa. Además, a veces roban, o colocan a dedo a sus allegados, o giran hacia uno u otro extremo sin ningún pudor por ocultar que lo que desean no es el bien común, sino gobernar a toda costa, y si para eso se tienen que radicalizar, pues se radicalizan.

Comprendo el hastío, el voto gamberro, las ganas de castigo, pero acudir a los colegios electorales es la única herramienta que poseemos para que los demás no decidan por nosotros. Por eso soy de la firme convicción de que hay que ir a votar. Los cambios han de proponerse en las urnas. De momento, es lo único que tenemos, nuestra mejor arma, así que hagamos uso de ella.

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