“Todas y cada una de las personas que están en el Masters es porque quieren estar en el Masters. Desde quienes limpian los baños, preparan los sandwiches o recogen la basura, hasta los CEOs de las grandes multinacionales y los billionarios que vienen en jet privado. Por eso Augusta es un sitio especial”. La frase me la dice en mi última cena en Georgia Shane O’Donoghue, periodista especializado en golf que ha cubierto Majors para la BBC, Fox o la CNN. Y se la robo, porque a mí no se me ocurre mejor resumen de lo que he vivido en la semana golfística más importante del año.

El Masters de Augusta es el torneo que todo golfista profesional quiere ganar una vez en la vida, pero también es el lugar que todo aficionado a este deporte fantasea con pisar antes de morir. Y yo, que espero morirme dentro de mucho, ya he cumplido el sueño gracias a Rolex, que ha querido celebrar sus 25 años de relación con el Masters invitando a un reducido grupo de periodistas internacionales a conocer desde dentro uno de los eventos deportivos más prestigiosos del planeta. Y si visitar este lugar es ya de por sí impresionante, hacerlo de la mano de la marca relojera que lleva 60 años apoyando el golf es una garantía de que se te van a abrir puertas que para el común de los mortales están cerradas a cal y canto.

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©Rolex/Augusta National 2024

Porque, como todo el que viene aquí, me he comido el mítico sándwich de queso y pimiento, pero también he compartido mesa y mantel con Jack Nicklaus y con Tom Watson. Sí, le he pasado el salero a ocho chaquetas verdes, que además la llevaban puesta. Y he desayunado en casa de Gary Player, el primer jugador no americano de la historia que se la enfundó. Y he jugado al golf con él. Y he podido darle las gracias a Luke Donald por darle a Europa la última Ryder. Y he cenado en casa de un socio del Augusta National que parecía un museo del campo, con Curtis Strange. Y con Retief Goosen. Y con Joaquín Niemann. Todos son jugadores testimoniales de Rolex, y todos tienen una relación de cariño y de admiración tan grande con la marca que les apoya, que hace posible que estas cosas pasen. Este es el breve resumen de un viaje que, da igual lo que te cuente, no te puedes ni imaginar.

Unos huevos revueltos y nueve hoyos con el Caballero Negro

El miércoles por la mañana, antes de ir a ver el tradicional campeonato / fiesta de pares tres previo al torneo, nos desplazamos unos pocos kilómetros hasta la casa que Gary Player tiene en Augusta. Nos recibe en la puerta este jovencísimo sudafricano de 88 años, triple ganador de Masters, que ha pactado con el diablo a base de una dieta estricta y mucho ejercicio. De negro, como siempre, aunque con chaqueta azul, me da la mano.

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©Rolex/Ben Queenborough
Gary Player, The Black Knight.

-“¡España! Anoche Jon Rahm hizo un discurso precioso en la cena de campeones y nos dio un menú español magnífico, estaba todo delicioso: el cangrejo (era ensalada de Txangurro) la carne (chuletón vasco a la parrilla con verduras de Tudela y pimientos del piquillo), tortilla (de patata, por supuesto), y el postre ese de láminas…”.

-“Sí, le llamamos milhojas”

-“Miloas… estaba increíble”

Nos sirven unos huevos revueltos con bacon mientras Player no para de responder a nuestras preguntas, de empalmar una anécdota con otra y de mostrar su cariño y su admiración por Rolex, marca de la que es testimonial desde hace 65 años : “Hay un gran dicho que dice que en los negocios todo se puede discutir, excepto la calidad, y creo que esto se aplica a Rolex. Las personas que ha representado a la marca, como Sir Jackie Stewart, Jean-Claude Killy y Jack Nicklaus, reflejan sus valores. Nunca he sido un hombre aficionado a las joyas, pero este reloj que llevo ahora, el Gold Day-Date que me regaló Rolex con esfera verde a juego con el Masters y mi nombre grabado con las tres fechas de mis victorias, lo miro todos los días. Tuve una infancia muy pobre, y cuando hoy miro este reloj, lo aprecio. Y ahora, cuando te acercas al final de tu vida, aún más".

Y como no podía ser de otra manera, le tengo que preguntar por Ballesteros, con el que tantas veces compartió partido: “Ayer hubiera sido el cumpleaños de Seve, siempre lo recuerdo porque también es el cumpleaños de mi hija. Yo le quería mucho y él también me quería a mí. Me gustaría ir algún día a su casa y ver dónde fue enterrado. El último Masters que gané, lo jugué con él el último día. Nunca lo olvidaré”.

Terminamos de desayunar y en la puerta nos esperan unos buggies. Vamos a jugar nueve hoyos en el propio campo en el que está su casa, que él mismo diseñó junto a los otros dos miembros del Big Three del golf: Jack Nicklaus y el desaparecido Arnold Palmer. La sorpresa viene cuando él también se sube en otro y nos acompaña. No sólo eso, sino que uno de los tres mejores jugadores de la historia nos va regalando lecciones: “deberías desgirar un poco más la cadera al terminar”. Lo que usted diga, Mr. Player. Por cierto, también nos cuenta que no solo sigue jugando sino que ese mismo domingo lo hizo en Augusta, y se hizo 76 golpes con doble bogey al 18. Ha habido jugadores de menos de 30 años en este Masters que han hecho más que este señor de 88 años: "Lo que hace tan especial este torneo es el campo, es realmente hermoso. Si hay un campo de golf en el cielo, me gustaría que se pareciera a este. Pero no tengo prisa por comprobarlo".

Pisamos el Augusta National

Llega el momento de conocer el campo. No pasamos por la mítica entrada de Magnolia Lane porque está reservada para los jugadores. Aún así, a uno se le ponen los pelos de punta. Todo parece un decorado. Cada flor, cada hierba, cada pino… todo es perfecto. Seguimos un rato la tradicional competición de pares tres (el Masters como tal empieza mañana) y luego decido dar un paseo por el recorrido, donde me voy enterando de muchas cosas. Aquí no se puede correr, ni pedir autógrafos, ni gritar, ni llevar la gorra del revés, ni usar el móvil para absolutamente nada. Si te pillan, te invitarán amablemente (aquí todo es amable) a abandonar el campo, y ahí terminará para siempre tu relación con Augusta: serás expulsado de por vida. También veo la increíble cola de la tienda de merchandising, y me soplan que esta semana factura 70 millones de dólares.

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David Cannon//Getty Images
El Gnomo es el producto estrella de la tienda. Todos los días se reponían existencias, y se agotaban casi inmediatamente. a pesar de que solo se puede comprar uno por persona. En el mercado de segunda mano se venden hasta por 300 dólares, casi 10 veces mas que su precio original.


En el bosque que separa la calle del 10 y la del 18, pregunto sobre ese famoso mito que circula de que los pajarillos que se escuchan en la tele los ponen en postproducción. “No, no se trata de un truco televisivo, mira…”, me dicen señalando a uno de los gigantescos pinos característicos del Augusta National. Un cable metálico sube desde la base hasta la copa. No me lo puedo creer. Espero un rato parado y, efectivamente, exactamente el mismo trino se repite sistemáticamente cada 10 segundos. Y dos pinos más para allá otro cable y otra secuencia diferente de pajarillos cantando. Y después otro… ¿Es posible que todo el campo tenga hilo musical de trinos? Yo aquí me lo creo todo.

Sigo en dirección al Amen Corner, y alucino con el desnivel del campo. En televisión parece plano, pero nada más lejos de la realidad, todo son subidas, bajadas… el recorrido es durísimo. Y llego a la que es, seguramente, la esquina más famosa de la historia del golf. Esa donde a muchos se les han ido por el desagüe sus opciones de ganar este torneo: el green del 11 y la salida del 12. Un lugar con una historia y una belleza increíbles. La prueba es que hay más de 200 personas allí sentadas, simplemente deleitándose con el lugar. Nadie está jugando al golf, el torneo empieza mañana. Pero hay un montón de público contemplando un sitio que llevaban años soñando con conocer. Y sus caras dicen que no les ha decepcionado. A mí tampoco. Mira:

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David Cannon
El hoyo 12 del Augusta National, uno de los más famosos del mundo.

Tras andar a pie todo el recorrido, nos retiramos, que mañana empieza la batalla. Cenamos en una casa que Rolex ha alquilado para la ocasión, y que también es una experiencia en sí misma. Es propiedad de uno de los afortunados socios del Augusta National (se cree que no son más de 300). Y aunque en su jardín hay un putting green inmenso, lo que más llama la atención son los recuerdos que cuelgan de las paredes y que hablan de la exclusividad del lugar. Un ejemplo: hay un pedazo de madera enmarcado. Se trata de un recuerdo del “árbol de Eisenhower”, el más famoso del campo y llamado así por la tirria que le tenía el presidente de EE.UU y que tantas veces golpeó jugando el hoyo 17. Hace una década, una tormenta derribó el emblemático pino. Cada socio recibió una parte de él, enmarcado y con un emotivo mensaje de recuerdo. Augusta es eso.

A lo largo de la semana, tuvimos la suerte de cenar allí y escuchar las historias de algunos testimoniales de Rolex, desde Retief Goosen o Curtis Strange, historia viva del golf, hasta quien está llamado a hacerla como Joaquín Niemann.

Comiendo con 8 chaquetas verdes

El mal tiempo nos ahorra el madrugón para ver el tradicional golpe inicial, que finalmente se produce sobre las 10,15 de la mañana. En el tee del uno aparecen ante la ovación general, el señor Jack Nicklaus (que mantiene su récord de 6 victorias en Augusta), el señor Gary Player (tres victorias) y el señor Tom Watson (dos veces ganador). Todos, por cierto, testimoniales históricos de Rolex, igual que los jóvenes ganadores de las cuatro últimas ediciones (Matsuyama en 2021, Jon Rahm en 2023 y Scheffler en 2022 y 2024).

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©Rolex/Augusta National 2024
Nickalus, Watson y Player, dando el pistoletazo de salida al Masters 2024.

A partir de ahí, tres días paseando por el campo más bonito del mundo disfrutando de los mejores jugadores del momento. ¿Puede haber mejor plan? Parece increíble, pero sí: comer con dos de los mejores golfístas de la historia. Nicklaus y Tom Watson, con sus respectivas mujeres, se sentaron a nuestra mesa, vestidos cada uno de ellos con su chaqueta verde de campeones. Una vez más, ser español aquí es una buena tarjeta de presentación: “Ayer en la cena recordamos muchas historias de Seve”, me cuenta Watson, “con Bernhard Langer y con los jugadores españoles, con Chema (Olazábal), Sergio y Jon”.

Compartir mesa con ocho chaquetas verdes solo es posible si vas de la mano de una marca como Rolex, asociada con Nicklaus desde hace muchas décadas: "Mi primer contacto con Rolex fue una cena durante un campeonato en Japón en 1966, en la que me regalaron un reloj. Lo usé durante 50 años y después decidí ofrecerlo en una subasta benéfica. Recaudamos 1,2 millones de dólares".

Watson, con un Daytona en la muñeca, también compartió su historia con la marca: "Cuando entré en el Tour, Nicklaus y Palmer llevaban un Rolex Presidential dorado, los miré a ambos y les dije: "si alguna vez gano suficiente dinero, me compraré uno". En 1978, el día de mi cumpleaños, mi esposa Linda me hizo un regalo, lo desenvolví y era una caja verde de Rolex con ese modelo y una inscripción en la parte de atrás que decía: "para mi bebé de un millón de dólares". Por aquel entonces, acababa de superar el millón de dólares en ganancias. Aún tengo aquel reloj".

En cuanto al lugar en el que estamos, a ambas glorias del golf se les iluminan los ojos al hablar del Augusta National. "Me encanta venir aquí cada año", dice Nicklaus, "tengo muchos recuerdos especiales en este campo, pero si me tengo que quedar con uno, rescato el día en el que jugando el torneo de pares 3 con mi nieto hizo un hoyo en uno. Una cosa es lograr algo por tu cuenta, pero cuando es tu hijo o tu nieto quien lo hace, se convierte en algo muy especial".

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©Rolex/Augusta National 2024
Jack Nicklaus.

Tom Watson, por su parte, también le dedica halagos al campo: "Es emocionante conducir por Magnolia Lane, atravesarlo en coche todavía me emociona. Y algo que hace especial a este torneo es que todos los grandes de la historia lo han ganado en alguna ocasión".

El Masters se acaba y yo me subo al coche que me lleva de vuelta al aeropuerto de Charlotte, en Carolina del Norte, dándole vueltas a todo lo vivido estos días. Me acuerdo de las palabras que nos dijo Jon Rahm en una reciente entrevista en Esquire: "Da igual las veces que haya jugado este torneo: cada día allí siento el mismo cosquilleo en el estómago. Es algo con lo que has soñado toda tu vida y que se hace realidad una vez al año. Para que la gente entienda lo que significa el Masters, creo que lo mejor es ponerlo en el contexto de otro deporte. Entrar en Augusta sería como para alguien del Madrid caminar por el túnel de vestuarios e ir al centro del campo del Bernabéu en una final de Champions". Es un gran ejemplo, pero hemos superado las expectativas. Es como si además de haber ido al centro del campo del Bernabéu en una final de Champions, antes hubiéramos comido con Di Stéfano, nos hubiéramos echado unos penalties con Casillas, y hubiéramos desayunado en casa de Zidane.

Este año la chaqueta verde se la podría al final el estadounidense Scottie Scheffler pero, en realidad, tengo claro quién ha ganado más en este Masters. Yo.

scottie scheffler celebrando su segunda victoria en augusta
©Rolex/Augusta National 2024
Scottie Scheffler celebrando su segunda victoria en Augusta.