Dicen que durante el rodaje de Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951), aquel drama que hizo de una camiseta blanca sudada fetiche inmortal del séptimo arte, Marlon Brando se sentía atraído físicamente por Vivien Leigh, que enfrío su instinto sexual y descartó seducirla porque su marido, Laurence Olivier, le parecía "un buen tío". Dicen que fue expulsado del instituto por conducir una moto por los pasillos, que odiaba firmar autógrafos. Que veía a Johnny Depp como el mejor actor de su generación, que pasó sus últimos años enganchado a la todavía incipiente red de Internet y que, en mitad de una pausa durante el rodaje de El padrino (Francis Ford Coppola, 1972), Marlon Brando disparó una pregunta indiscreta a su compañero de reparto, James Caan:

- ¿Cuál es tu sueño en esta vida?

- Estar enamorado.

- El mío también, pero no se lo digas a mi mujer.

Se dijo que compró una isla en Tahití para aislarse del establishment de Hollywood, que fue cómplice de Bertolucci y de un paquete de mantequilla en la supuesta escena de la violación a María Schneider en El último tango en París. Que en el transcurso de una clase de interpretación a la que acudía en el famoso Actors Studio de Nueva York, cuando el profesor les dijo que actuaran como una gallina escuchando una sirena antiaérea y los alumnos comenzaron a corretear despavoridos por la sala como pollos sin cabeza, Marlon Brando se quedó mirando al techo sin hacer nada, alegando que era "un maldito pollo. ¡Cómo voy a saber lo que es una sirena antiaérea!". Y por decir se dijo que, pese a un temperamento complicado, que oscilaba entre una actitud arrogante y una rutina algo caótica, Marlon Brando fue el mejor actor de todos los tiempos. Y, si no es así, ofréceme, querido lector, una oferta que no pueda rechazar...