Qué ideal parece todo en el cine. Puedes ir a buscar a tu novia al trabajo y sacarla en volandas entre aplausos, o presentarte en casa de sus padres con una radio a todo volumen para declarar tu amor, o cantarle I love you baby con una banda de instituto incorporada... Y todo será como un cuento de hadas, todos en la misma página y sin más dudas que resolver. Pero el amor, como habremos comprobado más de una vez, no es como nos lo pintan en Hollywood, ni como lo cantan en las canciones, ni como lo escribe Megan Maxwell.

El amor es más bien como lo vemos en Run, la nueva serie de HBO, en la que dos amigos se reencuentran después de más de una década sin verse porque sus vidas están vacías y quieren volver a sentir esa chispa de la juventud. Pero ya no son jóvenes, y su conexión se revela distinta: emocionante pero incómoda, satisfactoria pero frustrante, libre pero necesitada de sacrificio. Merritt Wever y Domhnall Gleeson interpretan a dos viejos tórtolos que dejan su familia y su vida entera para subirse a un tren, como un día prometieron que harían si uno de los dos escribía un mensaje con la palabra CORRE. Un salvavidas. Un comodín. Una salida de emergencia. Pero ya no tienen veinte años y la imagen idealizada de su relación se ha convertido en un engendro extraño y tóxico. Y ahora, ¿qué?

La serie creada por Vicky Jones (co-creadora de Fleabag) nos recuerda que el romance es algo muy volátil, algo que no aguanta contra viento y marea de la forma en que estamos acostumbrados en otras ficciones e imaginarios culturales. Recuerda a la trilogía de Antes de... de Richard Linklater, que empezaba (también) en un tren y se alargó durante dieciocho años en tres increíbles películas sobre las fases del amor: el encuentro romántico con final abierto, el reencuentro en un momento de búsqueda de estabilidad y, finalmente, la monotonía asfixiante del matrimonio. A mitad de ese camino, en Antes del atardecer, se nos plantea la misma pregunta que a los protagonistas de Run. La misma pregunta que nos hacemos ahora:

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HBO

Piénsalo bien. Considera la idea solo por un momento. Piensa en ese amor de juventud que te ponía el corazón a mil, alguien con quien no había límites, con quien las horas se pasaban en cuestión de segundos, con quien imaginaste futuros muy locos y aprendiste que la vida está llena de posibilidades más allá de una hipoteca, un trabajo de oficina, un préstamo que pagas con intereses, una serie de Netflix que ves por ver algo o unas rutinas viciadas en casa que te hacen preguntarte cada mañana frente al espejo: ¿esto es todo? Si has llegado a este punto, está claro cuál es el problema: tus propias expectativas de vida. Sería demasiado fácil echarle la culpa a todo lo que te rodea, y sin duda lo habrás hecho más de una vez, pero lo cierto es que el verdadero mínimo común denominador en todas tus insatisfacciones eres tú mismo.

Cuando pensamos en ese pasado ideal, no pensamos realmente en una persona, aunque pueda ser la que esté canalizando todas nuestras frustraciones. Pensamos en la juventud, en una etapa temprana llena de posibilidades, en la falta de responsabilidades reales y la conciencia de que la vida no ha hecho más que empezar. Es la nostalgia. Por algo hay cinéfilos que no les ha gustado una película desde 1995: el convencimiento de que todo tiempo pasado fue mejor es un lastre innecesario. Porque la vida se mueve hacia adelante, no hacia atrás. Porque todo lo que queda en esos recuerdos está pasado por un filtro al que no puede aspirar ni Instagram: es el filtro que nos deja recordar solo lo bueno para que el presente nos parezca insuficiente en comparación.

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Los exiliados románticos

Porque, en el fondo, sabes que Ilsa y Rick no tenían futuro y por eso se separan al final de Casablanca. Sabes que lo que una vez se tuvo no puede ser reconstruido de la misma manera, por mucho que se intente. O escuchemos a Jonás Trueba, por ejemplo, y nos dará algunas buenas lecciones del patetismo de estos planteamientos: de Los exiliados románticos, donde un grupo de hombres va en busca de sus exnovias con ilusiones de reconciliación y se encuentran con mujeres que apenas les recuerdan, o en La reconquista, donde el reencuentro de unos novios de infancia deja patente que donde hubo fuego quedan cenizas, pero que no da para más que unas brasas. Puestos a reencontrarte con un viejo amor, tampoco intentes convertir a esa persona en algo que no es, como James Stewart en Vértigo (De entre los muertos) intentando reconstruir a una mujer que solo existe en su cabeza. Y oye, si en cambio quieres reafirmarte en tus ilusiones, o soñar un poco despierto, películas no te van a faltar, de El diario de Noa (Nicholas Sparks, santo patrón de los romanticones) a Cartas a Julieta (esta última, con récord de años de supervivencia de un gran amor).

Estamos obsesionados con la ideal del amor romántico

¿Por qué es el amor romántico el canalizador de todas nuestras frustraciones? Para la escritora Coral Herrera, es un sentimiento individualista y egoísta. Una construcción cultural que nos obsesiona ahora más que nunca. "Hoy en día la gente que no tiene que preocuparse a diario por la supervivencia, gasta una gran cantidad de tiempo y energía en encontrar al amor de su vida", asegura en La construcción cultural del amor romántico. "Nos buscamos en las redes y en los bares, consumimos películas románticas, deseamos vivir historias de pasión, nos enamoramos platónicamente alguna vez en la vida, nos juntamos y nos separamos, nos olvidamos, volvemos a soñar con una relación ideal... Y es que gracias al impresionante desarrollo de la comunicación de masas en el siglo XX, el amor romántico ha experimentado un proceso de expansión paulatina hasta instalarse en el imaginario colectivo mundial como una meta utópica a alcanzar, cargada de promesas de felicidad", añade.

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HBO

Esas "promesas de felicidad" están, además, en ese pasado idealizado, terriblemente sobrevalorado, que nos arrastra hacia atrás en lugar de movernos hacia adelante. Estamos obsesionados con la idea del amor que mamamos en todas las series, películas, canciones, novelas y demás historias. Vivir el romance es maravilloso, pero el problema llega cuando no podemos imaginar nuestra vida sin ese alguien. Eso supondría aceptar que somos un fracaso, que no hemos encontrado a nuestra media naranja, que estamos incompletos. No querrás convertirte en la protagonista de Crazy Ex Girlfriend, una serie sobre una mujer tan obcecada en conquistar al amor platónico de su infancia que no se da cuenta de que está viendo cosas donde no las hay. El amor romántico es, muchas veces, autodestructivo.

Sí, los viejos amores dan para una historia genial (aunque agridulce) como la de Run, pero no para una vida emocionalmente sana. Sus protagonistas dejan atrás personas que les quieren por cumplir una fantasía que tiene pinta de ser un callejón sin salida. No nos equivoquemos: ese punto de inflexión que buscan sí sea necesario, un cambio hacia una vida más plena y más feliz que todos nos merecemos. El error, como siempre, está en donde ponemos las culpas y las soluciones. Ambas las buscamos en otras personas, cuando, en realidad, siempre están en uno mismo.