Picasso y Pablo. Pablo y Picasso. Tanto montan. En ocasiones resulta complicado diferenciar al hombre del genio. La forja del maestro malagueño comenzó a gestarse, tal vez, el día en que decidió abandonar su primer apellido (Ruiz) para firmar sus obras con el de su madre. Corría el año 1901, tenía –exactamente– 20 años y apenas le faltaban cinco para agitar el arte moderno con Las señoritas de Aviñón, la obra que abre el periodo protocubista en el que la esquematización y la geometrización de las formas inauguran una etapa inspirada en el arte ibérico y africano. Los rostros como máscaras y los ojos pintados a la manera en que pinta sus propios ojos cada vez que se autorretrata. Con ellas, ‘nace’ un autor dispuesto a lanzarse a la gran aventura del descubrimiento, un revolucionario que somete a las figuras a grandes deformaciones con un poder expresivo sin precedentes. Y así llegará el cubismo: la nueva forma con la que prescinde del espacio, rompe con el realismo y rechaza los cánones clásicos.

En la obra y en la evolución de este artista total tampoco faltan pinturas de corte neoclásico. Aquellas en las que, sin abandonar su faceta cubista, dota a sus cuadros de rasgos suaves. Arlequines, saltimbanquis o trabajadores del mundo circense forman parte del imaginario pictórico picassiano y que aparecen representados de manera gráfica en este editorial de belleza. Un reportaje fotográfico que también se inspira en parte de la etapa expresionista del pintor. Un periodo influenciado por todo lo anterior. Porque en Picasso también están presentes la languidez y la esbeltez propias de la figuración de El Greco. El viejo guitarrista ciego, La familia de saltimbanquis o Paulo vestido de arlequín, entre otros, son solo algunos de los ejemplos de aquel mundo nuevo que creó tras romper con la tradición: “Aprende las reglas como un profesional para poder romperlas como artista”. Y así, con esta premisa que registró en algunos de sus escritos, Picasso puso patas arriba la Historia del Arte hasta entonces conocida. Pinturas como El sueño (1932) ponen al descubierto la forma en que Picasso sublima la belleza a través de la voluptuosidad con la que retrata a Marie-Thérèse Walter y cuyas formas curvas aterrizan en los labios de uno de los modelos que aparecen fotografiados en este reportaje.

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Antártica Estudio//Esquire
Los rosas, los malvas y los negros forman parte de La familia de arlequín, una de las pinturas más representativas de la etapa rosa. Sobre estas líneas, el modelo lleva eyeliner Signature en tono 10 Noir, delineador Stylo Yeux Waterproof en tono beige, perfilador de labios Le Crayon Lèvres en tono Peachy Nude y barra de labios Rouge Allure Velvet en tono 61 Intuitive, todo de Chanel, y montera picassiana de Sastrería Justo Algaba.
Los colores y las formas que imaginó Pablo Picasso

Malvas, rosas, azules, blancos, grises y negros. Pocas gamas cromáticas se le resistieron al malagueño como pocas técnicas dejó sin probar: collage, aguafuerte o buril también forman parte de la vasta producción del malacitano, a la que también se suman los grabados: una prolífica producción de más de 2200 piezas –a menudo organizadas por series– en la que aborda temáticas como la tauromaquia o las aves, de las cuales destacan sus palomas de plumaje rizado. Como aquella litografía que realizó en 1949 y que pasó a convertirse en símbolo de la paz, libertad e igualdad a nivel mundial tras un congreso celebrado en París en el citado año. Una obra que también ha inspirado algunos de los peinados y las versiones en blanco y negro de algunas de las imágenes que ilustran este porfolio picassiano. Una secuencia de retratos que se nos antoja tan luminosa como un amanecer en Málaga. La ciudad mediterránea que parió a Pablo: ese genio universal que continúa siendo una inagotable fuente de inspiración en nuestros días. Algunos de los matices más significativos de muchas de sus obras reposan en esta analógica secuencia en la que el maquillaje para hombre cobra todo el protagonismo. Un editorial de belleza masculina tan bella, tan bella que no se puede aguantar.

Pablo Picasso vivió mucho años –en concreto, 91– con un vigor imaginativo tan profundo que muchos lo han comparado con artistas tan universales como Francisco de Goya. De hecho, algunas de sus obras más significativas protagonizaron esta alegoría goyesca convertida en un editorial de belleza masculina que ensalzaba el casticismo y el majismo propios de su época. La relevancia del pintor zaragozano con respecto a la del malagueño resultan tales porque ambos supieron reivindicar la españolidad a través de sus aptitudes, gustos y creencias. A pesar de que Picasso vivió tres cuartas partes de su vida en Francia, nadie podrá decir nunca que no fuera capaz e elevar esa irrenunciable identidad nacional a través de su particular visión. Porque, a través de su inabarcable obra, el malagueño supo retratar al hombre de su época. Y lo hizo poniendo de manifiesto sus miserias, sus conflictos, sus tragedias o sus triunfos.

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Antártica Estudio//Esquire
El gesto y la mirada marcaron también una constante en la obra del malagueño. Y la gran mayoría de los ojos que pinta coinciden en su forma gráfica: como en Autorretrato con paleta (1906), Las señoritas de Avignon (1907) o Retrato de Dora Maar (1942).

La mirada de Pablo Picasso integró múltiples corrientes pictóricas propias del pasado –como la de los grandes maestros de finales del siglo XIX– para llevarlas a su presente y atravesarlas de otras muchas corrientes modernas que reinaban en Europa. Modernizó el arte negro o el arte íbero. Sus ojos, esos ojos esquematizados fueron los ojos con los que produjo una obra descomunal en la que cabía todo: grabados, esculturas, dibujos, herrería, collages. La vitalidad de Pablo está tocada por la contradicción, por la fidelidad a sí mismo y por la curiosidad. La mirada de Picasso es irrespetuosa porque reta a la tradición: pone contra las cuerdas a los grandes maestros del pasado, se confronta con ellos y los mira de la misma forma en que admira las pequeñas partes del cuerpo humano.

Los ojos, los particulares ojos con los que mira y los que pinta Picasso también se posan sobre el perfil del guerrillero caído en la batalla que aparece representado en El Guernica. Ante una obra que grita, estalla, llora y se retuerce, la extraña tranquilidad de un conjunto trágico que aparece representado como una pesadilla inmóvil. La forma triangular del lienzo, con esas composición tradicional, es de un reposo concentrado tal que, hasta en el horror, exalta la belleza de un cuadro de profundas convicciones monocromáticas. El malagueño, que con la locura pintó el silencio, calculó un desafío artístico con unas dimensiones superiores a la medida original de un cuadro que hoy se puede admirar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. El Guernica es un compendio de estilos, de formas dispares, antagónicas que conviven en un retorcimiento bélico a la par que bello. El artista, que en una ocasión declaró estar salvado porque normalmente dibujaba mal, hace de la serenidad virtud y de la pasión, amor. Amor por ese sufrimiento que encuentra la calma en la quietud de esta obra maestra y que, con motivo del número especial dedicado a Málaga, hemos querido homenajear a través de este editorial de belleza masculina.

La belleza serena del hombre, del guerrillero caído en Guernica
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Antártica Estudio//Esquire
Del Viejo guitarrista ciego a la sobriedad cromática del Guernica. En la imagen, el modelo lleva sérum, crema y contorno de ojos de la línea Nº1 y base de maquillaje iluminadora universal Le Blanc. Todo de Chanel como homenaje a tres de las etapas pictóricas más relevantes del artista malagueño: la etapa azul, la etapa protocubista y la etapa expresionista de la que cabe destacar este perfil que emula al del guerrillero caído tras el bombardeo de la localidad vizcaína.

“Siempre intento ver la naturaleza. Me fijo en el parecido, procuro una similitud más real que la realidad, que llegue a lo surreal. Es así como entiendo el surrealismo”. Así terció Picasso en una entrevista cuando le preguntaron sobre su querencia con el surrealismo. El malagueño está considerado como uno de los deformadores expresivos más aclamados de todos los tiempos porque fue capaz de alterar la apariencia real de los objetos. Fundamentalmente del cuerpo humano. Bastaría con observar obras como Mujer con mandolina, Los tres músicos o Mujer arreglándose el pelo para comprobar que, a través de ella, engarzaba su obra con otras como las provenientes de la tradición africana. Esculturas y máscaras provenientes de Africa, Oceanía o América del Norte inspirarán al malacitano a partir de 1907. Momento en el cual juega con la tercera dimensión a través de líneas oblicuas, curvas… A través de ellas, y de una amplia serie de desnudos que ejecutó en los años posteriores a la segunda Gran Guerra, el pintor asienta los principios básicos del cubismo y que en Esquire hemos querido homenajear a través de un escultórico peinado y con el sinuoso trazo de un mítico delineador de ojos de color negro. El famoso kohl que nos legaran los egipcios.

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Antártica Estudio//Esquire
Los trazos y las líneas angulosas son una constante en la obra de Picasso. Durante la etapa cubista, el artista individualista que busca separar el pensar del sentir. Y eso se nota en sus obras. En la imagen, eyeliner Signature en tono 10 Noir de Chanel.
Saltimbanquis y arlequines: la magia del maquillaje picassiano en el mundo circense

El universo creativo de Picasso es infinito. Resultaría imposible encasillar su obra más allá del epíteto picassiano. Son tantos los estilos, técnicas y temáticas que abarcó a lo largo de su carrera que conviene catalogarla dentro del Arte Moderno. Picasso es radical en todo lo que se plantea: un revolucionario de la tradición capaz de hacer suya la languidez y la espiritualidad propia de la factura de El Greco y extrapolarla a la cotidianidad de los vecinos del bohemio barrio parisino de Montmartre. Arlequines, saltimbanquis y artistas bohemios de aquel lugar coparán gran parte de las etapas pictóricas azul y rosa. La figura humana forma parte de su fijación a lo largo de toda su trayectoria. Destruye el ideal canónico de belleza durante su juventud y lo tergiversa a través de retratos tan reconocidos como los de su mujer Olga o su hijo Paulo.

Estos personajes, con sus mayas, casacas y golas, incomodan al espectador. Porque sus siluetas casi desaparecen. Son como autómatas, grandes figuras de apariencia mecánica, largas, anchas, grotescas. Estos personajes del mundo del circo establecen un diálogo entre la ternura y el terror. Pero a través de sus maquillajes, tocados y ropajes, Picasso busca dar un sentido psicológico a sus pinturas. Son de un realismo tan violento que es imposible no conmoverse ante el viejo guitarrista ciego, ante algunos de sus borrachos que languidecen ante copas y botellas de absenta o ante esos arlequines a los que el color les otorga esa presencia que le resta ser, prácticamente, hombre y mujeres que viven en la inmundicia.

Picasso pone el foco en lo cotidiano y lo dota de color. Los dota de una existencia poderosa con la que se permite borrar el rastro de dolor. Hay una realidad idealizada, sublimada a través de una belleza que, en los dos retratos que siguen a estas líneas, hemos querido homenajear la alegría de quienes trabajaban para hacer felices a los demás. Una demostración de que la obra de Picasso, aunque en ocasiones resulte dramática y dantesca, nunca estuvo exenta del mimo que aporta el color a todos los personajes del universo circense parisino. ¡Va por Pablo Picasso!

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Antártica Estudio//Esquire
El modelo lleva cuello de tul confeccionado por Rosa Madrigal, delineador Stylo Yeux Waterproof en tono beige, eyeliner Signature en tono 10 Noir y base de maquillaje iluminadora universal Le Blanc. En esta página, eyeliner Signature en tono 10 Noir de Chanel.
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Antártica Estudio//Esquire
La vida bohemia y circense del parisino barrio de Montmartre marcará gran parte de la obra de Picasso entre 1904 y 1907. El poso de todos aquellos arlequines y juglares podrían estar condensados en esta imagen. En esta imagen, el modelo lleva mallas de ballet, lápiz de ojos Stylo Yeux Waterproof en tono 19 Blue Jean y lápiz de ojos 3 en 1 Boy de Chanel en tono 616 Navy. Ambos de Chanel.

Fotografías: Antártica Estudio • Vídeo: Diego Rueda • Maquillaje: Iván Gómez para Chanel Beauty • Modelos: Adrián Leggeri y Marc Lüloh (Uno Models) y David Laporte (Clear Models) • Peluquería: Matthew Tuozzoli Asistente de maquillaje: Sandra Marcos Agradecimientos: Sastrería Justo Algaba y Rosa Madrigal • Producción: Marta SánchezDirección creativa, edición y texto: Juanjo Madrigal


*Este reportaje aparece publicado en el número de mayo de 2024 de la revista Esquire. A la venta en quioscos, a partir del martes 23 de abril.

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