"Mi hermano, cuando tenía 17 años, escribió esta letra: 'Corre al rescate con amor y la paz vendrá después'".

Es la frase con la que Joaquin Phoenix selló su discurso en los Oscar 2020 tras ganar el premio al Mejor Actor por Joker. Un homenaje a un hermano mayor que la muerte convirtió en hermano menor. Detenido en el tiempo con 23 años. 23 putos años. River Phoenix corrió al rescate con amor, seguro, pero quizá corrió demasiado rápido y no fue la paz, sino el desenfreno y la tragedia, lo que lo atrapó.

Hoy no estaríamos datando la última sesión de fotos de River Phoenix en el otoño de 1993 si no fuera porque en una víspera de Halloween de terror verdadero, mundano en el sentido más pavoroso, el actor falleció de una sobredosis de cocaína y heroína. Una noche de la que hay infinidad de versiones (se cabreó porque no le dejaron tocar con Flea, de Red Hot Chilli Peppers, y con su colega Johnny Depp, consumió más de lo que podía aguantar su cuerpo, tomó una de las sustancias por error…), pero todas confluyen en una misma imagen: la joven promesa de Hollywood convulsionando y entrando en parada cardíaca a las puertas del famoso Viper Club de Los Ángeles, con su novia, Samantha Mathis, gritando desesperada y su hermano Joaquin llamando a emergencias desde una cabina de teléfono. Nadie pudo hacer nada por mantenerlo con vida.

¿Qué llevó a River Phoenix a ese extremo mortal de drogas y rock & roll? Más allá de las biografías no autorizadas o de los documentales sensacionalistas, intentamos buscar una respuesta, poética e intuitiva, en su mirada. En la última sesión de fotos que protagonizó unos días antes.

las últimas fotos de river phoenix antes de morir
Donaldson Collection//Getty Images
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Fue el fotógrafo Michael Tighe quien captó estas últimas poses de River Phoenix en un estudio de Los Ángeles. El actor estaba finalizando el rodaje de Dark Blood, una película póstuma que no se estrenó hasta 2012. Un título menor en una filmografía corta pero intensísima, marcada por el éxito temprano de Cuenta conmigo (1986), por la aplaudida Running on Empty (1988), nominación al Oscar incluida, por el taquillazo de Indiana Jones y la Última Cruzada (1989), en la que hacía de Indy joven, y por una joya underground como Mi Idaho privado (1991).

River interpretaba en ese último peliculón a un chapero gay que sufre narcolepsia, con ese espíritu frágil y tremendamente atractivo que pasea por la cuerda floja de forma grácil, sugestiva, evocadora y abocada siempre al precipicio. Una esencia que se capta en estas últimas fotos, en las que el actor, también músico, mira y no mira a la cámara, con una suerte de posesión artística que se percibe como un terremoto interior, como un quiebro a la cordura, una agonía premonitoria.

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Qué sentía River Phoenix en las semanas previas a su muerte es un enigma y siempre lo será. Algunos amigos y compañeros de la industria del cine y de la música apuntan a que cada vez se le iba más la mano con las drogas, que había entrado en una espiral autodestructiva por callar o por avivar a sus demonios internos, o las dos cosas a la vez. Era un artista y los artistas, desde la mentalidad de un huracán de veintipocos años, hacen eso: ir más, más, más lejos. Con todo. Al límite. Aunque duela. Aunque mate.

Pero no todos lo percibieron así. Samantha Matis, su novia, recuerda esos últimos meses como un tiempo feliz, en calma, con viajes a Costa Rica y a Florida para soleadas reuniones familiares, cocinando cada día comida vegana, porque River era –y lo sigue siendo a través de su hermano Joaquin– un defensor genuino de los animales y del planeta. Uno de los primeros que dio popularidad a una organización como PETA, un recaudador de fondos incansable para proteger los bosques de Costa Rica, la tierra donde nació su hermano cuando él y sus padres, hippies verdaderos, residían allí como misioneros del culto, más bien secta, Niños de Dios.

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Esas últimas coordenadas de naturaleza salvaje, oraciones y depuración del alma y el cuerpo también se transmiten en esta parte final de aquella última sesión de fotos. El equilibrio y la contorsión, el movimiento que devora lo físico, el negro reflejado en el blanco, o viceversa. Y la mirada. Siempre ese algo en la mirada. Ese mismo algo que parecía observar Kurt Cobain en un horizonte que solo veía él cuando echaba el alma por la boca cantando con Nirvana. Eso que no se puede explicar con palabras pero, quien lo conoce, lo capta al instante. Una traducción artística del vacío y la tragedia, de la quietud anterior y posterior al acelerón y al choque.

Quizá este retrato póstumo no es más que poesía barata, y River Phoenix no era más que un niño rico que jugaba a ser artista torturado y se pasó de la raya. Pero es ahí, en el aire que flota entre la cámara y la estrella, donde nacen los mitos. Y River Phoenix, ya sea por breve, por intenso, por talentoso o por evocador de una juventud compleja, paradójica y truncada, siempre permanecerá flotando en ese imaginario.

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Donaldson Collection