A Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) le gusta charlar. Para los que leéis sus libros no creo que sea una sorpresa, pues sus textos están repletos de diálogos y conversaciones, con el otro y con uno mismo, con los que nos lleva adonde quiere. Esta vez soy yo la que marca el camino y me siento afortunada. Porque al otro lado del teléfono me encuentro con una voz afable, con un marcado acento vasco, que a pesar de ser uno de los grandes de nuestra literatura responde a mis preguntas, incluso a las más tontas, con la generosidad, la humildad y el sentimiento que pocas veces he recibido de autores de su altura. Gracias.

La oportunidad me llega porque presenta nuevo libro: El niño (Tusquets Editores), una novela que te estruja el corazón a través de las vivencias de Nicasio –y de sus familiares y vecinos–, un abuelo que ha perdido a su nieto de 6 años en una explosión de gas propano en el colegio. Otra vez Aramburu regresa a la realidad para fabular, como hizo Benito Pérez Galdós, sobre las costumbres, los afectos, las emociones y el dolor de una sociedad. Leamos con atención sus palabras, que salen de su boca con una gramática perfecta que no hace falta editar.

"El respeto es la tinta donde yo he hundido mi pluma a la hora de escribir esta historia porque sé que la precede un dolor colectivo enorme"
Tusquets Editores

El niño (Andanzas)

El niño (Andanzas)
Tusquets Editores

El niño (Andanzas)

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Crédito: Tusquets Editores

Regresa con El niño, una novela basada en hechos reales: el devastador suceso ocurrido en 1980 en Ortuella (Vizcaya), en el que murieron cincuenta niños y tres adultos. ¿Qué sentimientos le han hecho volver ahí?
Esta novela forma parte de una serie llamada Gentes vascas (Los peces de la amargura, Años lentos e Hijos de la fábula), en la cual intento trazar un dibujo literario de mi época y de mi tierra natal, mediante historias centradas en personas normales y corrientes. Ese accidente de 1980 a mí me dejó una enorme cicatriz en la memoria, reabierta con posterioridad por el hecho de que yo me dediqué durante más de 20 años a la docencia, en parte con niños de la misma edad que aquellos que fallecieron en el accidente de Ortuella. Entonces yo tenía una gran necesidad de sacar este hecho de mi memoria y objetivarlo en una obra literaria.

El niño es un homenaje a todos esos pequeños, a sus familias, a un pueblo y a una sociedad que quedó impactada con el suceso, pero también es un nuevo acercamiento a la forma de ser de los vascos que usted tan bien retrata en sus libros. ¿Qué tienen los vascos que tanto gusta? ¿Cuál es su idiosincrasia que tanto atrae?
Tendría que ponerme en el lugar de las personas que procesan cierta simpatía a la gente de mi tierra natal. Y si lo hago, creo que hay algunas virtudes bastante generalizadas que probablemente hacen de nosotros unas personas más o menos afables, tendentes a invitar, valoramos el deporte, las actividades colectivas, tenemos cierto sentido de la disciplina, cierta cultura del trabajo y creo que somos acogedores. Todo esto sin obviar naturalmente la historia de terrorismo que tuvimos y que a mí no me parece que sea representativa de nuestra idiosincrasia, sino que fue una iniciativa de un sector muy concreto del cual yo no espero que nos deje a los demás con una cierta identidad.

Volvamos a El niño. Imagino que no ha sido fácil fabular un episodio tan doloroso. ¿Recuerda dónde estaba usted ese día?, ¿qué años tenía?, ¿qué estaba haciendo?
Lo recuerdo con todo detalle. Yo tenía 21 años y era estudiante en la universidad de Zaragoza [se licenció en Filología Hispánica]. Y a mediodía, atareado en la cocina, solía escuchar la radio. El accidente sucedió poco antes de las doce y recuerdo los primeros comunicados que todavía eran imprecisos pero coincidían en cifrar en un alto número las víctimas mortales infantiles. Enseguida supe que había pasado algo gordo y, además, en mi tierra, que acentuó aún más mi preocupación y mi interés por informarme. Eran otros tiempos. No había internet. Recuerdo las fotografías de los periódicos que eran de una enorme crudeza. Hoy no serían posibles. Y rápidamente llamé a casa para obtener más información. Realmente fue un hecho estremecedor.

"Tengo cierta tendencia a ensañarme con mis personajes masculinos y mostrarlos en sus flancos más ridículos y torpes. No así en los femeninos, donde quizá pongo más empatía"
fernando aramburu retrato
Iván Giménez

Sorprende la estructura de El niño con esas reflexiones que hace el libro en primera persona sobre el autor que lo escribe. Es original y funciona, a mi parecer, como una especie de perdón por adelantado a los familiares de los fallecidos. ¿Cuál es el porqué de esta estructura?
Es un recurso que ya puse en libros anteriores, aunque no de una manera tan explícita como en El niño. El recurso consiste en que el texto es consciente de que está sirviendo de soporte a una narración y se le permite intervenir. No solo es una ocurrencia, también tiene una repercusión directa en lo que se está narrando. Para empezar, efectivamente me permitía deslizar en el texto general muestras de respeto, el respeto es la tinta donde yo he hundido mi pluma a la hora de escribir esta historia porque sé que la precede un dolor colectivo enorme. Por otro lado, a mí me parecía que la historia transcurría a menudo por tramos, vamos a decir, muy intensos. Y estas interrupciones dosificadas creo que permiten remansos en lecturas que pueden tender hacia lo emocional. Sirven también de recordatorio de que lo que se tiene en las manos es un libro y no la historia real. Y por otro lado, suponía un reto técnico que es una constante en las obras que integran la serie Gentes vascas. A mí me gusta mucho imponerme dificultades porque me mantienen creativo y porque me ayudan a transitar caminos literarios por lo que no he andado antes.

Nicasio, Mariaje, José Miguel, Candelaria, Richi. ¿Son personajes nacidos de la invención o alguno se acerca a la realidad?
Lo que he hecho es aplicar el esquema galdosiano de situar unos personajes de ficción en un contexto real. Recurrí a la astucia narrativa de cambiarles el nombre real para que nadie se identifique con personas concretas del pueblo. El niño es una ficción montada sobre una base real.

Me parece que sus personajes femeninos, en general, en su obra, son más cabales y resolutivos, y suelen salir mejor parados que los masculinos. ¿Está de acuerdo? Y si es así, ¿es calculado o fruto de sus vivencias?
Sí estoy de acuerdo en que tengo cierta tendencia a ensañarme con mis personajes masculinos y mostrarlos en sus flancos más ridículos y torpes. No así en los femeninos, donde quizá pongo más empatía. No es calculado, pero mi sospecha es que esto me viene del instinto. Yo me crié en un ambiente en el cual las mujeres de mi entorno eran personas con un carácter fuerte, laboriosas, cuerdas, prácticas; gente admirable que me ha dejado una imagen muy positiva de la mujer. Recordando argumentos de mis libros, efectivamente me doy cuenta de que no es raro que ellas soporten un gran peso narrativo en cada uno de ellos y se vean impelidas a arreglar los desaguisados que hacen ellos; que tengan una clarividencia y una capacidad de decisión mayor que la de ellos. Ahora que soy consciente, porque no es la primera vez que me lo dicen, es posible que en el futuro tenga en cuenta que ellos también merecen una oportunidad y se la dé (risas).

"En toda mi obra hay dos personaje por los que yo siento un afecto que va más allá de la literatura: Arantxa de Patria y Nicasio de El niño"

¿Cuál es el personaje de los que ha puesto en pie al que más cariño tiene?
Si reuniera en un salón a todos mis personajes, experimentaría una rápida simpatía por aquellos que, aunque fueran malvados, débiles o poco inteligentes, me proporcionaron novela. Porque como novelista uno prefiere esos que nos llevan a la acción. Ahora bien, si pasamos al plano personal, psicológico, en toda mi obra hay dos personaje por los que yo siento una especie de afecto que va más allá de la literatura. Uno es Arantxa, de Patria, que a pesar de las malas cartas que tiene en la vida, lucha y sirve de puente entre dos familias. Tiene una considerable complejidad psicológica. Y el otro personaje por el que siento un gran afecto es Nicasio, de El niño. Y esto obedece a una razón personal, y es que yo nunca conocí a mis abuelos varones porque fallecieron mucho antes de que yo naciera. Entonces, yo he vivido con ese hueco del que no era consciente en la niñez, sino más tarde cuando vi que otros sí tenían abuelos, que guardaban buenos recuerdos de ellos y también algún regalo. Este personaje me ha servido un poco para llenar ese hueco. Además, desde hace 16 meses yo también soy abuelo, así que de alguna manera he derramado en El niño este abuelismo que tengo la fortuna de ejercer pero que como nieto siempre me faltó. Por eso, este personaje para mí es particularmente entrañable. Lo digo como lo siento.

Usted se dedicaba a la docencia. ¿Qué le animó a escribir su primera novela, Fuegos con limón?
Yo empecé a escribir poesía hasta llegar a esta novela, en 1986. Me costó ocho años escribirla. El caso es que a mediados de los 80 me establecí en Alemania y entonces me encontré en una situación vital muy diferente. Estaba en un lugar en el que todavía no conectaba, desconocía el idioma, mi infancia y mi adolescencia habían transcurrido en otro lugar, y de pronto me encontré con que yo tenía una memoria personal. Además, en esa memoria había personas que ya no estaban presentes en mi vida porque me había marchado, y también me vi sometido a ese goteo continuo de fallecidos que se van alejando del álbum mental que uno tiene. Así es como de una manera natural llegué a la prosa a través del deseo de narrar. Y de la noche a la mañana, me topé con el horizonte creativo de la novela. Fue más bien un experimento, en el que tuve el buen juicio de pensar que podía aprender intentándolo. No tenía nada claro que pudiera conectar con el lector. Y así nació Fuegos con limón, una novela sobre el lugar y el tiempo que acababa de abandonar. Era una manera de proseguir en un tiempo que era el de la juventud y en un lugar que era San Sebastián, mi ciudad natal.

"Soy un hombre muy disciplinado que lleva una vida monótona, ritualizada y dispongo de soledad, de soledad voluntaria"

Pues para ser un experimento, no le salió nada mal. ¿Cómo se planifica para ser tan prolífico? Porque últimamente va casi a libro por año.
Yo no soy un escritor compulsivo, tampoco creo que produzca mucho. Sí escribo un poquito cada día, lo que pasa es que yo escribo continuamente. Ahora, de un tiempo a esta parte, me tomo los sábados libres. Antes no. Tengo muy interiorizada esa cultura del trabajo que me viene de mi casa familiar y del hecho de que yo procedo de una familia humilde, es decir, que todo lo que teníamos era fruto del trabajo. Si yo no he producido algo al final del día, aunque sea solo un párrafo, me siento muy a disgusto conmigo mismo. Es verdad que dispongo de tiempo. Desde hace años me dedico solo a la escritura, y soy un hombre muy disciplinado que lleva una vida monótona, ritualizada y dispongo de soledad, de soledad voluntaria. Y además, tengo un rinconcito, un estudio, al que me retiro rodeado de libros todos los días a escribir, a tomar notas. Por poco que uno produzca al día, sumado el trabajo a lo lago del tiempo, van surgiendo las obras. Pero mis obras no son fruto del trabajo febril, ni de la improvisación. De hecho, El niño ya estaba más o menos perfilado bastante antes de que yo lo enviara a la editorial. Soy muy cuidadoso con los textos que publico, o por lo menos lo intento.

¿Y eso que dicen otros autores que para escribir primero hay que vivir?
Sí, otros prefieren viajar y tener aventuras. Yo también lo quise en el pasado. Pero lo que a mí de verdad me da satisfacción es la escritura y la lectura, a la que también dedico mucho tiempo. A cambio, sacrifico otras actividades de ocio. Me gustaría ir más al cine, quizá más al teatro, pero yo estoy consagrado a ese deleite que se llama literatura.

"Yo traigo y la mujer pincha y corta. Confieso que en lo que respecta al dinero soy un calzonazos. Solo me interesa que a la familia le vaya bien. Yo no necesito lujos"
fernando aramburu retrato
Iván Giménez

Pues le doy las gracias en nombre de todos por el placer inmenso que nos reporta su sacrificio. Por cierto, ¿puedo preguntar en qué invierte el dinero que gana con sus libros? ¿En qué le gusta gastarlo?
El dinero no representa para mí un asunto primordial. A mí no me interesa el dinero, a mí lo que me interesa es el bienestar familiar. El dinero para mí es dinero familiar. Y me aburre mucho administrarlo. Por fortuna, convivo con una mujer que es muy perspicaz en asuntos administrativos. En esto soy bastante vasco, es decir, que yo traigo y la mujer pincha y corta. Esto lo viví yo también de niño en casa. Confieso que en lo que respecta al dinero soy un calzonazos (risas). Solo me interesa que a la familia le vaya bien. Yo no necesito lujos. De hecho, a veces mi mujer me compra algo porque ve que llevo tres años con el mismo pantalón. Si no fuera por ella, iría hecho un zarrapastroso (risas). Soy muy avaro conmigo mismo, pero no con la familia. De hecho, que los frutos de mi trabajo redunden en el bienestar de los míos, me motiva mucho. No soy un escritor que está delante del espejo gustándose, sino que cuando me siento a trabajar también pienso en los seres queridos que viven a mi lado. Bueno, soy así. Es verdad que he tenido la suerte de tener esto que se llama éxito, pero por fortuna me llegó a una edad que ya era difícil que yo perdiera el contacto con el suelo.

O sea, que la fama a usted le resbala, ¿no?
Sí, porque soy consciente de que vivimos cuatro días. La vida se ha acordado también de darme unos cuantos palos en forma de enfermedades, pérdidas, accidentes. Uno no está exento del destino humano, entonces me mantengo con los pies en el suelo. Y si, por otro lado, mis libros llegan a manos de personas que los disfrutan, los consideran significativos o los valoran, pues ya creo que ha merecido la pena el esfuerzo.

"Soy romántico en el sentido de que soy la consecuencia de un sueño adolescente: yo quería ser escritor y he consagrado mi vida a serlo"

Tanto por sus libros como por las palabras que nos está regalando, me parece usted un romántico. ¿Estoy en lo cierto?
Pues es posible (risas). No me considero un romántico en el sentido de que alrededor de mi cabeza orbiten espíritus y aspiraciones que contradigan lo práctico, pero sí soy romántico en el sentido de que yo soy la consecuencia de un sueño adolescente: yo quería ser escritor y he consagrado toda mi vida a serlo, pero siempre considerando que no vivo solo y que el ejercicio de la literatura no es un ejercicio puramente egoísta.

¡Qué generoso! No todos piensan como usted.
Bueno, cuando digo que quiero ser escritor es que aspiro a comunicarme con otros con un fondo estético y compartir pensamientos, sensaciones e invenciones con otras personas que se toman la molestia de adquirir mis libros y dedicarles un tiempo. Eso también es muy generoso.

"Con bondad, tolerancia y afecto, mi padre conseguía más que otros padres de la vecindad, cuyos grito traspasaban los tabiques"

La familia, la infancia, la memoria, el amor, los vínculos afectivos, las contradicciones del ser humano, la moral, la violencia, el conflicto de ETA, por supuesto… Todos estos temas están muy presentes en sus libros con una valentía que desarma. ¿Qué tipo de niño fue y cómo prendieron en usted esos valores?
Yo era un niño muy nervioso que vivía en la última casa de la ciudad en contacto directo con la naturaleza. Gocé de mucha salud. Yo creo que me ha determinado el ejemplo de mis padres, que no me aleccionaban de manera teórica –vengo de una familia humilde, trabajadora–. Mi madre me inculcó desde muy jovencito, a través de la religión que luego abandoné, unos principios morales que me hacían ser consciente, ya con 5, 6 ó 7 años, cuando hacía algo malo. Eso me ha determinado de una manera radical. De mi padre me hubiera gustado tomar su sentido del humor, su generosidad y sobre todo, y eso se lo tengo que agradecer, su bondad. Era un hombre bueno. Estoy convencido de que por medio de la bondad, con la tolerancia, con el afecto, conseguía mucho más que otros padres de la vecindad, cuyos gritos a sus hijos traspasaban los tabiques. Y es que en mi casa no había lujo, pero sí afecto. Y eso es muy importante. Por eso, luego, cuando nos hacemos mayores, por mucho que nos queramos distanciar de nuestros padres, nos damos cuenta de que al conocer la paternidad, la maternidad, empezamos a reproducir modelos antiguos de casa, que empiezan ya por la repetición de las canciones, de los cuentos. Por eso digo que el influjo familiar en los primeros años de la vida es fundamental, determina mucho el carácter de las personas en el futuro.

¿A qué se dedicaba su padre?
Mi padre era obrero en una fábrica de artes gráficas. Recuerdo una vez que lo visité y estaba el hombre con el agua hasta los tobillos porque había habido un escape. Estaba pegado a una máquina que hacía un ruido continuo –chaca, chaca, chaca, chaca–. Cobraba lo que un obrero raso y estaba el hombre ahí con su buzo sucio. Entonces comprendí que eso yo no lo quería para mí. Yo debía tener unos 8 años. Pasé un tiempo pensando cómo podría tener una vida mejor, con mejores ingresos, sin ser el último mono –como él decía de sí mismo–, y lo intenté por medio del deporte (es un enamorado del fútbol), cosa que no funcionó. Finalmente, me pareció que los libros, el conocimiento del idioma, la cultura, podrían darme una calidad personal que me librase de pasar toda una vida en una fábrica inmunda. Y eso con suerte, porque también podría haber acabado en el paro. Esa carta me la jugué y creo que me ha salido bien. Se la debo a ese contraejemplo involuntario de mi padre.

Dice que le hubiera gustado heredar el sentido del humor de su padre y yo creo que también lo tiene, por ejemplo, en la novela Las letras entornadas, una entrañable historia de amor a la vida y a los libros que nos saca muchas veces la sonrisa, o en Ávidas pretensiones, sobre los egos del mundillo literario.
Bueno, pero mi padre, además, disfrutaba haciendo reír a los demás, lo que es una manera de disfrutar haciendo felices a los otros. A mí me parece que este es un principio moral de primer orden. Y en un libro con un espesor autobiográfico evidente como Las letras entornadas, pues esto se trasluce. Las primeras lecturas, aquel profesor que me indujo a leer de una manera gozosa… Naturalmente todo eso marca mucho.

"Si tengo que elegir un autor para colocarlo en el principio de la lectura como gozo, menciono a Federico García Lorca"

¿Cuál fue el primer libro que despertó su pasión lectora?
No lo sé con absoluta claridad, pero si tengo que elegir un autor para colocarlo en el principio de la lectura como gozo o como fascinación, debería mencionar los poemas de Federico García Lorca. Con anterioridad, había leído por obligación en el colegio a los clásicos publicados en la colección Austral, pero esa no me parece la manera de hacer apetecible la lectura a un niño. Por mi cuenta, leyendo esos poemas que estaban repartidos por el libro de Lengua y Literatura, con 8 ó 9 años, experimenté por primera vez una fascinación que hoy creo tiene que ver directamente con la experiencia poética. Asocio esa experiencia inicial a ciertos poemas de Lorca que aparecían en ese libro escolar con unos dibujos muy atractivos que todavía recuerdo: “El lagarto está llorando. La lagarta está llorando. El lagarto y la lagarta con delantalillos blancos…” Todavía me lo sé de memoria y, sin embargo, un libro que leí hace ocho días lo tengo borrado de la memoria (risas).

¿Le apetece volver a escribir poesía?
Bueno, me tienta mucho porque yo tengo necesidad de poesía a diario. Lo que pasa es que me abastezco con la poesía de otros.

¿A qué poetas lee?
Yo siempre vuelvo a los mismos. A veces saco un libro de la estantería y paso un cuarto de hora con un poeta, ya no tengo por qué leerlos de la primera página a la última. Picoteo autores jóvenes actuales, indago de vez en cuando en autores de poesía alemana y ahora mismo el libro que tengo sobre la mesilla de noche es uno muy bello que es una combinación de biografía y poemas de José Hierro, escrito por Jesús Marchamalo (Vida: biografía y antología de José Hierro). Me atrajo su edición, con muchas fotografías. Ahora pasaré dos o tres semanas acompañado por la música verbal de José Hierro, de manera que unos minutos antes de apagar la lámpara cada noche, ya en la cama, leeré unas páginas sobre su obra y con esas palabras me quedaré a oscuras en espera de conciliar el sueño.

No está mal dormirse con el poeta de la ternura cotidiana. Uno de los bares donde le gustaba escribir en Madrid, La Moderna, estaba cerca de mi casa.
Sí, conozco muchos detalles de él, como que le gustaba escribir en los bares, pero no llegué a conocerle personalmente. Era muy aficionado al chinchón, era un fumador empedernido y era muy buena persona, según me han contado.

"Podría viajar con los ojos tapados sin saber que voy a San Sebastián y, con la primera inspiración, confirmar que estoy en casa"
fernando aramburu retrato
Iván Giménez

Antes de terminar, tengo una curiosidad: ¿tiene usted los ochos apellidos vascos?
Sí, tengo los ocho apellidos vascos y probablemente más, pero nunca me ha parecido que sea un motivo de lucimiento. No necesito llenar mi vacuidad con identidades ni con fanatismo. No necesito pintarme rayas para parecer una cebra. Lo llevo con normalidad. Todos mis antecedentes eran vascos, o vasco-navarros, ya está. Es lo que me ha tocado. Y si mi apellido decimotercero, que no lo sé, fuera castellano, no supondría para mí ninguna vergüenza, como tampoco llamarme Martínez, López o González de primer apellido. No creo que sea eso lo que da perfil a las personas. Lo que da perfil a las personas es su calidad moral, su cultura, su educación. Eso sí que me parece importante. Aunque entiendo por dónde va la pregunta, claro, por la película.

Otra curiosidad: ¿qué es lo primero que hace usted cuando llega a su querida San Sebastián, puesto que lleva años viviendo en Hannover?
Yo tengo esas vistas ritualizadas. Naturalmente el imán que más me atrae cuando llego a mi ciudad es mi madre, que está a punto de cumplir 99 años. San Sebastián para mí es ahora mismo mi madre. Pero también otras muchas cosas. Hay algo que me complace hacer en cuanto pongo un pie en esa ciudad, que es aspirar el olor al mar. Para mí es un primer golpe de placer. Me bajo del autobús del que vengo desde el aeropuerto de Bilbao, me lleno los pulmones de ese olor particular que tiene a mar mi ciudad natal y cuando lo percibo, digo: “¡Ah!, ya he llegado”. Yo podría viajar con los ojos tapados sin saber que voy allí y, con la primera inspiración, confirmar que estoy en casa.

Última pregunta. Se van a estrenar dos películas sobre la única mujer policía que se infiltró en ETA: La infiltrada, de Arantxa Echevarría con Carolina Yuste, y otra dirigida por Agustín Díaz Yanes, protagonizada por Susana Abaitua (aquí, cuando se mimetizó en Mia Wallace de Pulp Fiction). ¿Las verá usted?
Sí, me interesan mucho. En cuanto tenga ocasión por supuesto las veré.

Es de agradecer que haya creadores que sigan retratando lo que vivimos con ETA, ¿no cree? Y más si lo hacen como usted desde la sensibilidad, la empatía, el espíritu conciliador y la valentía. Sus obras nos hacen crecer como sociedad.
Agradezco estas palabras generosas. Yo puse mi pieza en el mosaico y ahora les toca a otros poner la suya. Un mosaico del que se irá componiendo un dibujo general de la historia tremenda, triste y sangrienta que tuvimos.