Aunque su origen no está del todo claro, se cree que los sumerios fueron los primeros en utilizarla hace más de 6.000 años. Los habitantes del Irak actual habían inventado la rueda, el germen de la civilización industrializada. Uno de los descubrimientos más importantes de la humanidad que abría la puerta a una nueva era… y a muchos otros problemas hasta entonces desconocidos. Porque tras la rueda vinieron los primeros vehículos, los primeros conductores. Y el lío. ¿Qué tal un poco de historia sobre las multas de tráfico y la seguridad vial de la antigüedad? Al lado de algunas sanciones de tiempos remotos, lo de que se te lleve el coche la grúa o que te quiten un par de puntos suena a broma de jardín de infancia.

¿Que no? Habría que preguntarle al primer conductor negligente del que se tiene constancia. Fue un ciudadano egipcio de hace 2.800 años del que se sabe, gracias a un papiro, que condujo su carromato después de ponerse fino en una taberna, que chocó contra una estatua y que atropelló a una niña. El juez fue implacable, porque para eso impartía justicia a las órdenes del Faraón: condenó al conductor a permanecer colgado boca abajo en la puerta de la taberna hasta que las bestias carroñeras acabasen con su cuerpo.

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Mejor suerte corrió el conductor que recibió la primera multa por exceso de velocidad. Fue el 28 de enero de 1896, muchos siglos después de que los perros devorasen el último pedazo del egipcio. Walter Arnold, fundador de la compañía Arnold Motor Carriage, conducía orgulloso su vehículo modelo Karl Benz por las tranquilas –y británicas– calles de East Peckham, en el condado de Kent. Un policía en bicicleta tuvo que poner a prueba sus gemelos para alcanzarle y poder extenderle la sanción por circular a 13 kilómetros por hora en una vía con un máximo permitido de 3,6. Pero Arnold la recibió henchido de satisfacción: había iniciado una pelea para aumentar los límites de velocidad y situarlos en un nivel acorde a la potencia de los vehículos de la época, muchos fabricados por su misma compañía. Y lo logró: el 14 de noviembre de ese mismo año, la ley fue modificada y comenzó a permitir los 24 kilómetros por hora, poniéndose a la altura de los tiempos.

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Pero para entender el salto de la sanción egipcia a la británica, conviene detenerse en otros capítulos de la historia.


Los lejanos orígenes de las multas y la seguridad vial

La sanción al conductor egipcio fue la primera de la que existen datos, aplicada en una gran civilización. Pero si un pueblo puede dar lecciones de ordenamiento urbano, ese es sin duda el romano. De la época del Imperio datan los pasos de cebra y el primer mapa de carreteras, la Tábula Peutingeriana. Había que conectar los dominios del emperador, para lo que se construyeron 150.000 kilómetros de calzadas. Y también velar por la seguridad de sus súbditos: de aquellos tiempos data también la Lex lulia Municipalis dictada por el César, y que prohibía circular en horas diurnas por las calles de Roma a los carros que nos transportasen materiales para las obras públicas de la ciudad. A excepción, claro, de los vehículos de sacerdotes y generales victoriosos. Sí, siempre ha habido clases.

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La ‘Proto-DGT’ española

España. Siglo XV. Tanto monta, monta tanto. Al menos en teoría, porque ahí quien mandaba era la Reina Isabel. Si basto era el Imperio Romano, los dominios de los Reyes Católicos tampoco quedaban atrás. En ellos aún se ponía el sol pero, aún así, también necesitaban cierta organización viaria. La Católica promulgó el primer código de sanciones de las Españas, imponiendo multas y retiradas del carro a los conductores ebrios. Fue, si se quiere, la primera lideresa de la hoy conocida como DGT.

¿Qué tal un poco sobre el origen de los vados? El primer ‘Prohibido aparcar, aviso grúa’, aunque no con estas palabras, fue redactado por el Virrey de Valencia, Juan de Ribera, en 1584, que vetó el aparcamiento en las zonas de paso de procesiones bajo pena de excomunión. ¿Y sobre las multas económicas? Fue Carlos III el que comenzó a llenar las arcas públicas imponiendo sanciones a los conductores que circulasen por la vía que conectaba Madrid y Aranjuez y que atravesasen lugares prohibidos o dañasen el arbolado. Y así, hasta el Reglamento sancionado por la madre de Alfonso XIII, la regente María Cristina, y hasta la actualidad.


¿Y qué hay de las señales?

Toca volver al Imperio Romano. Sus calzadas son consideradas grandes obras de ingeniería, aunque más desapercibidas pasan sus aportaciones a la seguridad vial. Además de ser los precursores de los mapas y los pasos de cebra, también fueron los ideólogos de las primeras señales de tráfico: unas enormes moles de piedra de más de dos metros de altura conocidas como millarios, en las que figuraba, grabada a cincel, información sobre los destinos –en millas romanas, de ahí su nombre–, las distancias, el nombre de la vía y el del financiador de la carretera.

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Poca evolución describen las señales hasta 1908, tiempos del automóvil y año de celebración del Congreso Internacional de Carreteras en Roma. Fue entonces cuando se establecieron los patrones actuales de las señales que, un año después, fueron asumidos por nueve gobiernos europeos. Más tarde, en 1968, las normas de tráfico fueron estandarizadas en toda Europa occidental gracias al tratado de la Convención de Viena. Formas, colores y signos que fueron extendiéndose después a Asia y África.


Un último apunte: el origen de los semáforos

Porque sin ellos, las ciudades, no serían las mismas. El primer semáforo se colocó en Londres, inspirado en las señales de los trenes e ideado por el ingeniero John Peake Knight, en 1868, pero la alimentación por gas de los candiles provocó una fuerte explosión. Más tarde, en 1914, se retomó la intención de inventar un sistema de regulación del tráfico instalando en la ciudad de Cleveland otro semáforo con señales luminosas pero esta vez alimentadas por electricidad. Más tarde llegaría el modelo automático –patentado por William Ghiglieri en San Francisco, allá por 1917–, la tercera luz ámbar –idea de un policía de Detroit, William Potts, en 1920–, la luz peatonal –en un diseño instalado en Copenhague en 1933– y, finalmente, el muñeco que representa al viandante, instalado por primera vez en un semáforo de la Alemania Oriental en 1961.

En conclusión: un anecdotario proceloso que lleva a pensar que la pérdida de puntos, las multas y, al extremo, la retirada del carnet y los cursos de reciclaje, siempre serán preferibles a permanecer colgado de la puerta de cualquier bar. Que hace ver que los coches oficiales siempre han tenido más patente de corso que el resto y que la administración siempre se ha mostrado abierta a recibir financiación a través de sanciones de tráfico. Y una historia que demuestra cómo algunos han tenido siempre una vena cafre y cómo otros se han esforzado por garantizar la seguridad de todos.