Nueva York, 1943. Faltan dos años para que los norteamericanos celebren como héroes el final de la Segunda Guerra Mundial, pero la gran ciudad es ya un hervidero de bullicio y dinamismo donde brotan las oportunidades. En uno de esos días grises del calendario un joven recién llegado del Medio Oeste del país deambula ensimismado por Greenwich Village. Va de camino al trabajo. Es ascensorista en un hotel. Y se siente tan perdido que aún se pregunta qué hace allí, mientras se le van los ojos detrás de un grupo de chicas con zapatos Topolino y medias de costura con las que jamás se habría cruzado en su Omaha rural. Parecen colegialas creciditas entrando por la puerta de una escuela, pero ¿qué se estudia ahí? La curiosidad, más bien el deseo, le empuja a cruzar la calle y preguntar. Es un centro de enseñanza de arte dramático, The New School. Jamás ha mostrado interés por la interpretación, pero se matricula y empieza a asistir a clase. Tiene 19 años y viste vaqueros y zapatillas. No piensa trajearse. Al fin y al cabo solo quiere ver qué se cuece por ahí. Solitario, egocéntrico, espabilado y testarudo, Marlon Brando acaba de dar el primer paso sin saber que esta decisión trivial le convertirá en leyenda, en mito, en el icono que hoy recordamos por el centenario de su nacimiento. Así empezó todo.

Carlos Bardem: "Sin Brando, quizás no hubieran aparecido Pacino, De Niro o Javier Bardem”
marlon brando retrato de joven fumando
Bettmann

Pero ¿por qué si no quería ser actor se convirtió en EL ACTOR?, ¿por qué su nombre marcó un antes y un después en la historia de la interpretación?, ¿cómo sintiéndose un marginado acabó encarnando un nuevo concepto de hombre?, ¿qué le hizo renegar de su belleza, si era la imagen más pura de la sexualidad masculina? Vayamos por partes y regresemos a esa escuela.

Descreído y sin motivación –y eso que su madre, Dorothy Pennebaker, tuvo inquietudes de actriz y fundó la Omaha Community Playhouse por la que pasó un joven y aún desconocido Henry Fonda–, un día se le despertaron las ganas al conocer a Stella Adler. Era una gran dama de la escena que ahora impartía clases de interpretación. Él quedó fascinado y ella, consciente de su potencial, volcó en él todo lo que su maestro, el ruso Stanislavski, le había enseñado. Ese famoso método de actuación basado en la verdad de las emociones parecía escrito para él. Y Stella se convirtió en su mentora y guía espiritual, descubriéndole a Dostoievski, Tolstói, Chéjov (aquí, los 20 mejores libros rusos de la historia). Un año después, Brando actuaba en el circuito teatral de Broadway con pequeños papeles que simultaneaba con su formación en el Actors Studio. Sus fundadores, el cineasta Elia Kazan y el actor y director Lee Strasberg, fueron los que le abrieron las puertas del cielo (y también del infierno).

“Brando representa un parteaguas entre la interpretación antigua y la moderna, entre actores codificados que representaban ‘valores’ y una actuación que busca humanizar a los personajes mediante la introspección, las emociones y las contradicciones que son sinónimo de ser humano”, opina Carlos Bardem, que acaba de rodar con Guy Ritchie una película de acción junto a Jake Gyllenhaal y Henry Cavill con título por determinar. El actor, cuya última novela, Badaq (Plaza & Janés), se publicará en breve en Francia, incide en que, desde su Kowalski de Un tranvía llamado deseo, “nos muestra sin pudor fuerza y debilidad, complejidad, vida interior. Con él, los actores dejan de representar para ser, y gran parte de esa nueva magia consiste en dejar ver al espectador las dudas, los intentos, los procesos de actor y personaje en cada escena. En Brando culmina la búsqueda de la veracidad que se inicia con Chéjov y Stanislavski. Sin Brando, quizás no hubieran aparecido Pacino, De Niro o Javier Bardem”. Tiene razón, porque los nombrados son dignos herederos de esa forma de actuar que sale de las entrañas y no solo del guion.

"Era tierno, casi femenino, y también violento. Esa mezcla hacía que sus interpretaciones fueran maravillosas, decía Elia Kazan"



Elia Kazan, el director con el que rodó las tres películas decisivas de sus inicios –Un tranvía llamado deseo (1951), ¡Viva Zapata! (1952) y La ley del silencio (1954)– le conocía bien. Fue él quien le ayudó, intercediendo para que el dramaturgo Tennessee Williams le hiciera una audición para su nueva obra: su hoy famoso ‘tranvía’ que luego se llevó el Pulitzer. El joven de Nebraska no dejó pasar el tren y, desde que puso el pie sobre el escenario, auguró un viaje largo, fructífero y no exento de polémica. El público solo tenía ojos para él y la crítica hablaba de revolución interpretativa. Las colas del Ethel Barrymore Theatre de Nueva York duraron semanas. Todos querían ver a la bestia rezumando magnetismo sobre las tablas, con una belleza que dejaba sin aliento a las mujeres y a los hombres impresionados con su masculinidad explosiva. Para Kazan, este era su secreto: “Se daba en él una extraña mezcla. Por un lado, era tierno, anhelante, casi femenino. Y también era violento y podía llegar a ser agresivo. Esa mezcla hacía que sus interpretaciones fueran maravillosas”.

Vulnerable. Sexual. Primitivo. Salvaje. Imperfecto. Solo tenía 23 años, y ser así, a finales de los 40, era impensable. Ningún hombre, menos a esa edad, era capaz de desnudar sus emociones. Los jóvenes de la época, muchos desgarrados por el horror de la guerra reciente, encontraron en él un referente con el que reanudar sus vidas sin ocultar los traumas, en una sociedad patriarcal donde a ellos no se les permitía la flaqueza. Ese fue uno de sus logros: dar a luz a un hombre nuevo que, sin renunciar a su masculinidad, podía perder los nervios, gritar sus frustraciones y romper a llorar como una mujer.

“Es un tipo que representa un arquetipo masculino que no es de una pieza, como sería Gary Cooper, sino que presenta debilidades que van desde el deseo sexual de Un tranvía llamado deseo a ser un delator en La ley del silencio o el líder revolucionario derrotado de ¡Viva Zapata! Él es otro tipo de actor, como Paul Newman. Le debemos un nueva clase de interpretación autoconsciente, menos espontánea, más trabajada, de escuela. Y por lo tanto, la capacidad de encarnar personajes más complejos es más fácil para este tipo de actores que para los clásicos del star-system”, explica Casimiro Torreiro, historiador y crítico de cine, y miembro del equipo de dirección del Festival de Málaga de Cine Español.

"Era un perro verde muy ingenioso, muy particular, con otro carisma", dice Karra Elejalde
marlon brando en salvaje
Michael Ochs Archives
Brando, en el papel de Johnny Strabler en Salvaje.

Nominado al Oscar por la adaptación al cine de Un tranvía... –era su segunda película–, vuelve a repetir hazaña un año después por ¡Viva Zapata! Fue su compañero de reparto Anthony Quinn quien se llevó el premio, mientras él seguía sumando admiradores. Con su siguiente filme, Salvaje (1953), acabó de explotar la locura del fenómeno fan. Aquí era Johnny Strabler, el líder de una banda de moteros que se enamora de la hija del sheriff, la trama ideal para demostrar que hasta los canallas tienen corazón. A lomos de una Triumph 6T Thunderbird, vestido con chupa de cuero, gorra ladeada y mirada desafiante, era la imagen perfecta de la rebeldía. Todos los chicos querían ser como él, y ellas, tener un novio que se le pareciera. La venta de cazadoras y gorras se disparó sin precedentes. Y no solo se imitaba su look callejero: también le copiaban los andares y esa mirada con la que te perdonaba la vida. Muy a su pesar –odiaba firmar autógrafos y atender a la prensa–, ahora también era un modelo de estilo y de estar en la vida.

“La iconografía de este chico subido en la moto con esa gorra que parece de policía, la perfecto de cuero, la camiseta blanca y las botas Chopper ha sido y es una de las más usadas. Desde los Village People a la imaginería gay del cuerazo y el uniforme, Brando es una influencia para todos”, dice Karra Elejalde –aquí, nuestra última entrevista–, al que en breve veremos en Segunda muerte, la nueva serie de Movistar+ –revisa sus 70 mejores series–. Para el actor de Mientras dure la guerra (2019) y Ocho apellidos vascos (2014), el norteamericano representa “la rebeldía de la interpretación”: “Su metodología era la misma de Steve McQueen o Paul Newman, pero él ofrecía más y diferente porque estudiaba, investigaba, experimentaba y abría otros caminos para llegar a la cima. No era uno más del rebaño. Era un perro verde muy ingenioso, muy particular, bien parecido, con otro carisma. Siempre me fascinó, sobre todo en Rebelión a bordo (1962)”.

Que sigamos vistiendo como él no es fruto de la casualidad y sí de su personalidad, sin olvidar a los equipos de vestuario de la industria que popularizaron ese nuevo aspecto desenfadado para el hombre. Por ejemplo, que James Dean en Rebelde sin causa (1955) también luciera esas camisetas entalladas que Marlon puso de moda y que Elvis Presley –recuerda su polémica muerte– también se mimetizara es la evidencia de que la moda masculina estaba cambiando, igual que la sociedad. Para triunfar en la vida ya no hacía falta vestir el impecable traje de Cary Grant y Gregory Peck. Ahora con vaqueros y chupa también se llegaba lejos. Otro punto para Marlon.

"Brando representa al hombre corpóreo que se huele y que se toca", dice el director creativo de Elio Berhanyer
marlon brando retrato joven
Michael Ochs Archives
Interpretó a mafiosos, rebeldes, moteros, obreros en lucha, amantes desquiciados, incluso al padre de Supermán. Pero hacer Julio César le llenó de orgullo. Su madre le decía que un actor sin un Shakespeare no era nadie.

Sergio de Lázaro, director creativo de Elio Berhanyer, que ha presentado en la pasada Mercedes-Benz Fashion Week de Madrid su colección para hombres, respalda esta teoría: “Con Brando la calle se hace hombre. Con él aparece el hombre con camiseta ajustada y jeans, con prendas de trabajo en denim y cazadoras de cuero, una forma de vestir que deja al descubierto parte de su piel y su sudor, con una silueta que se afila, tras abandonar los trajes que rectifican el cuerpo con las artes del sastre. Él representa al hombre corpóreo que se huele y que se toca”. El diseñador dice que el legado estético del actor de El baile de los malditos (1958) –en la que se volvió a cruzar con su querido Montgomery Clift– es ser el icono “del hombre libre, con seguridad en sí mismo y con pleno conocimiento de ser víctima de sus debilidades”.

A estas alturas queda claro que Brando también fue, es, un icono sexual. Y como tal, se dejó querer. Su libido despertó a los cuatro años. Eso le contó al chismoso y genial Truman Capote –aquí, la verdadera historia del artículo que publicó en Esquire– en Japón, en el rodaje de Sayonara (1957), otro drama bélico-romántico que le supuso su quinta nominación al Oscar cuando ya había ganado su primera estatuilla por La ley del silencio (1954), el sórdido y magistral retrato sindical en el que interpreta a un estibador de muelles. El caso es que Brando le contó al autor de Música para camaleones que a esa edad él y su niñera siempre dormían juntos y desnudos. Cuando ella se marchó, él se pasó media vida buscándola. Quizá por eso visitó tantas camas.

Marlon Brando: "Yo también he tenido experiencias homosexuales y no me avergüenzo"
marlon brando retrato joven
John Springer Collection
Retrato de un recién llegado a los estudios de Hollywood que hizo historia con ocho nominaciones a los Oscar y dos estatuillas.

Casado en tres ocasiones –Anna Kashfi, Movita Castaneda y Tarita Teriipaia– y padre de once hijos, su lista de amantes es incalculable y variada. Gracias a ese cuerpo musculado y a su cara de ángel gustaba por igual a hombres y mujeres. Y él, feroz también en pasiones, no hacía distinción. Ava Gardner, James Dean, Marilyn Monroe –sus fotos desconocidas–, Montgomery Clift, Burt Lancaster, Ingrid Bergman, Anna Magnani, Leonard Berstein, su mentora, Stella Adler… Él mismo confirmó en los 70 su apetito plural: “La homosexualidad está tan de moda que ya no es noticia. Yo también he tenido experiencias homosexuales y no me avergüenzo. Nunca he prestado atención a lo que dicen de mí. Pero si hay alguien cree que Jack Nicholson y yo somos amantes, que continúe convencido. Me parece divertido”. También tenía sentido del humor. De hecho, cuando quería, era un gamberro que sabía muy bien cómo hacer reír a los demás.

Cuentan que en la adolescencia su atractivo le incomodaba, que no soportaba que la gente le mirara como a un querubín y que por eso prescindía de peine y jabón. Es obvio que de nada le sirvió y que al final, como todos, no le quedó otra que asumir su rostro en el espejo. Preguntamos al doctor Ángel Martín, director médico de Clínica Menorca, si sus rasgos siguen siendo el canon de belleza masculina por excelencia: “Sí, el suyo era un rostro con carácter, de líneas marcadas, ángulo mandibular perfectamente dibujado, pómulos prominentes con el hueso cigomático bien definido. Su barbilla era cuadrada y esa forma natural del rostro masculino es lo que le daba su belleza. La nariz con un toque aguileño, los labios carnosos, las cejas gruesas y espesas, naturalmente diseñadas, y una mirada rasgada, profunda, le aportaban un perfil muy masculino”.

¿Que si algún paciente le pide calcar su hermosura?: “Sí, ahora mismo es la tendencia, aunque los más jóvenes no sepan quién fue. Pero no hablaríamos de cirugía estética y sí de medicina estética. Este tipo de volúmenes los conseguimos con tratamientos como Profhilo®, un ácido hialurónico reticulado ultrapuro que permite una alta cohesividad e integración en los tejidos mejorando su capacidad de soporte. Estas características permiten remodelar muchas zonas: la malar, la submalar… Se inyecta a nivel subcutáneo y se puede remodelar en dos sesiones con un intervalo de un mes entre ellas”. Si Brando levantara la cabeza, se apuntaba otra.

rock hudson, cary grant, marlon brando y gregory peck
Bettmann
¡Qué rápido estuvo el fotógrafo! Cuatro grandes (Rock Hudson, Cary Grant, Marlon Brando y Gregory Peck) pillados en un encuentro informal, en 1962, que es historia.

Estoy de acuerdo con los que piensan que nunca estuvo más guapo que en Un tranvía… “Estaba como un tren, querida”, me decía mi abuela, aunque su favorito era Rock Hudson. Ojalá hubiéramos visto juntas otras de sus películas para hacerle cambiar de opinión. Por ejemplo, con El rostro impenetrable (1961), la única que dirigió cuando Kubrick le dejó tirado por pesado. O con Rebelión a bordo (1962), La jauría humana (1966), La condesa de Hong Kong (1967)… Tiene una de las filmografías más potentes del cine, ya lo sabemos, pero como también era un tipo turbulento y volátil que siempre tenía un drama contra el que luchar, a veces escogía proyectos absurdos movido por el dinero o por desprecio a la industria.

Así llegaron los fracasos y Marlon entró en depresión. También porque estaba de deudas hasta el cuello, vivía a lo grande, no paraba de comer, había engordado y estaba enganchado a los tranquilizantes. Parecía su fin como actor. Y de pronto se le apareció Francis Ford Coppola con su primer ‘padrino’. No fue una empresa fácil. Para empezar, Paramount, la productora, no le quería porque era sinónimo de gastos extras por su falta de formalidad. Él tampoco lo veía claro. Sensible a las injusticias sociales, no quería participar en un proyecto en el que se ensalzaba a la mafia. Fue el autor del libro, Mario Puzo, y la asistente del actor, Alice Marchak, los que le hicieron entrar en razón. Aquí no se enaltecía a nadie, más bien era una crítica brutal. “¡La mafia es tan estadounidense!… Para mí, algo clave en la historia es que cuando matan a alguien se trata de algo reglamentario. Antes de apretar el gatillo, dicen: ‘Solo es negocio, nada personal’. Cuando leí eso en el libro, me vinieron a la mente McNamara, Johnson, Rusk”. Brando había encontrado su motivación.

Antonio de la Torre describe su escena favorita de ‘El Padrino’

al pacino, marlon brando, james caan y john cazale, en el padrino
Archive Photos
Al Pacino, Marlon Brando, James Caan y John Cazale, en una foto promocional de El Padrino.

Para Antonio de la Torre, que estrena la comedia negra Tratamos demasiado bien a las mujeres, El Padrino (1972) –revisa sus mejores 30 frases– es su mejor actuación: “Mi escena favorita es cuando Corleone le dice a su hijo Michael que tiene otros planes para él: ser el senador Corleone; que nunca ha querido que se manchara las manos, pero que sus hermanos Sonny y Fredo no tienen el carácter para sucederle y debe ser él. Entonces, Pacino le coge la mano aceptando su destino y a Marlon se le cae una lágrima de ternura, de agradecimiento y de pena por lo que le espera. Es una interpretación tremendísima”. Y la escena clave de la trilogía. Así lo vieron también los académicos de Hollywood que le premiaron con un segundo Oscar. Pero él tenía otros planes. Por eso hoy guardamos en la retina la imagen de la activista Sacheen Littlefeather, que fue a la gala en su nombre no a recoger el premio, sino a rechazarlo por la mala imagen que se daba de los nativos en el cine.

Esa decisión solo la toman los locos o los valientes. Él era ambas cosas. Guillermo Balmori, historiador de cine y editor –publica El universo de Marlon Brando (Notorious Ediciones), libro que ha coordinado–, añade: “Fue una personalidad arrolladora. Una estrella no tiene por qué ser buen actor y viceversa. En su caso era ambas cosas en grado sumo. Personalidad, imagen, un modo de actuar único e imitado hasta la saciedad. Es un referente absoluto”.

En 1972 brilló también con El último tango en París, de Bertolucci. Era de mis favoritas hasta que Maria Schneider reveló que la escena de la violación fue real. Tiro de profesionalidad y continúo porque también soy una entusiasta del género bélico y él protagonizó una muy grande, Apocalypse Now (1979), una de las 40 mejores peículas bélicas de la historia del cine–. La vi por primera vez con 20 años, cuando acababa de leer la novela El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, en la que se inspiró Coppola. Otra vez Brando-Coppola. Es densa, profunda y dura, y una metáfora, o así lo veo yo, de cómo acabó sus días: solo, endiosado y sin cordura. Estuvo nominado al Oscar por ambas películas. La isla del Dr. Moreau (1996), The Score (2001), junto a De Niro, y varias entregas de Superman por cachés millonarios indignantes fueron sus últimos trabajos, aunque a nivel personal ya estaba en caída libre. Nunca superó –normal– que su hijo fuera encarcelado por matar al novio que maltrataba a su otra hija, Cheyenne, y que esta acabara suicidándose.

Enrique Cerezo: "Su carrera no fue muy larga, pero le convirtió en un mito actoral y erótico"
marlon brando retrato joven
Hulton Archive
Retrato de 1955, año en el que estrenó Ellos y ellas, su único musical, junto a Jean Simmons y Frank Sinatra. Quizá por eso se vistió a lo gánster.

Enrique Cerezo, productor, distribuidor, creador de FlixOlé y presidente del Club Atlético de Madrid, señala que “cualquier película suya despertaba un gran interés. Las últimas no fueron muy interesantes, pero está claro que será recordado como uno de los mejores. Su carrera no fue muy larga, pero le convirtió en un mito interpretativo y erótico”. Fernando Colomo, director de Bajarse al moro (1989) y Los años bárbaros (1998), describe así su método: “Interpretaba para sí mismo, para dentro, murmuraba más que hablaba. Y el resultado era muy orgánico. Dejaba a público y crítica atónitos”.

Antes de cerrar, rectifico y aclaro que no todo empezó en aquella escuela de interpretación de Stella Adler, y justifico, si puedo, su carácter amargo y salvaje. No es excusa, pero de niño sufrió maltrato. “Si vuelves a pegar a mamá, te mato”, le dijo con ocho años a un padre alcohólico, comercial de productos químicos. Su madre también bebía. Ella fue su gran amor, un amor lleno de dolor porque era el hijo el que cuidaba de la madre. ¿Y qué hacía para rescatarla de su letargo nebuloso? Imitar el mugir de la vaca, el ladrido del perro, el maullido del gato, el trinar de los pájaros. Entonces, ella abría los ojos y le regalaba un poco de cariño. Esa fue su primera actuación.