¿Ha habido un año tan impresionante para las series españolas como este fatídico 2020? Difícilmente. Mientras Patria sigue elaborando su impactante retrato de la violencia de ETA en el País Vasco y Veneno explora la figura de Cristina Ortiz como jamás la habíamos visto antes, Antidisturbios llega completa a Movistar+ para posicionarse junto a ellas entre las mejores series del año. Españolas y no españolas. La ficción patria brilla, y en el caso de esta serie creada por Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña (a los que se une Enrique Villanueva en guion y Borja Soler en la dirección) hasta duele un poco. Porque lo que hacen no es solo hablar de antidisturbios brutos (que también), sino dibujar un retrato de las cloacas del Estado que engancha como pura adrenalina a través de sus seis episodios.

patrick criado antidisturbios
enrique baro ubach

¿Humanizar a los antidisturbios?

Los antidisturbios de la serie no nos sorprenden al principio. Los pintan como muchos los imaginan, o como lo saben quienes les han visto en acción: machitos con la autoridad subida que obedecen órdenes sin rechistar y que a menudo descargan sus frustraciones y su exceso de testosterona con una porra en la mano. "Tú le pones un poquito de chulería a todo lo que haces y todo irá bien", le dicen al recién llegado al furgón Puma 93 de la Unidad de Intervención Policial en el primer episodio. Pero lo cierto es que acaban siendo menos villanescos y más patéticos de lo que podríamos pensar. Sorogoyen y Peña cuestionan la narrativa del villano y nos muestran cómo detrás de esos antidisturbios, blanco de los insultos y las acusaciones, hay una estructura piramidal enorme que no solo les permite existir y les protege en sus momentos de brutalidad policial, sino que les anima a ello, porque al final del día son su muro de contención, su cabeza de turco cuando las cosas salen realmente mal.

Y eso les hace humanos. Porque lo son, aunque a veces ataviados con sus cascos y sus armaduras se parezcan más al Juez Dredd. Sí, tienen nombres y apellidos, aunque se nieguen a dártelos si te pegan una paliza. El líder es Salvador Osorio (Hovik Keuchkerian), que tiene la espalda destrozada y sabe que hay que tener cuidado con los móviles que le graban mientras desempeña su trabajo, y le sigue un grupo variopinto de personaje: Alexander Parra (Álex García), un guaperas con trato de favor entre los jefes; Diego López (Raúl Arévalo), el que escogió este trabajo porque quería "sentirse útil"; Úbeda (Roberto Álamo), cuya inestabilidad emocional es preocupante; Elías (Raúl Prieto), al que van trasladando de aquí para allá esperando que nadie descubra su historial de maltratador y acosador en serie; y Rubén Murillo (Patrick Criado), el más joven y el que más posibilidades tiene de ser uno de esos manifestantes de Vox que exhiben la bandera con el aguilucho.

antidisturbios
Movistar+

"Eso es lo que nos atraía, el reto de trabajar contra precisamente el estigma del villano y el desafío de hacer una serie que alguien podría suponer de hombres y testosterona (aunque luego no sea así) en tiempos de #MeToo. No faltaron amigos que nos preguntaban: '¿Pero os vais a atrever a ponerlos bien?'. Pues tan bien o tan mal donde cada uno ponga el límite de su responsabilidad", cuentan Sorogoyen y Peña en El Mundo.

¿Humanizar a los antidisturbios? Más bien ponerlos en su contexto. Y no es bonito. La miniserie es un reflejo de un sistema dominado por serios problemas estructurales, donde la jerarquía manda sin que se puedan pedir explicaciones y la falta de recursos humanos y económicos en el pan de cada día. Los creadores proponen la experiencia (con esa cámara tan constantemente pegada a los protagonistas que es imposible no sentirnos parte de sus movimientos) y dejan el juicio al espectador, al que no le esconden que en el furgón 93 hay mucho machismo de manual, drogadicciones bastante serias y la voluntad de sobrepasar los límites de la ley para salir airosos de una mala praxis en su trabajo.

vicky luengo en antidisturbios
Movistar+

Vicky Luengo, la revelación

Aunque el título pertenece a los antidisturbios, la protagonista (y revelación absoluta) es la actriz Vicky Luengo. Y es que solo necesitamos una escena, la primera de la serie, para saber quién es su Laia Urquijo. Está jugando con su familia al Trivial y su padre le da como incorrecta una respuesta. Los demás siguen adelante, pero ella tiene la mirada fija en donde se ha guardado la tarjeta. Le pide que se la enseñe. Su padre se ofende, diciendo que cómo puede pensar que le está mintiendo. Ella insiste. Se crea tensión. Su hermano también se revuelve contra ella. Su madre pide calma. Ella pide la tarjeta. Y, al final, lo consigue: efectivamente, ella había dicho la respuesta correcta y su padre le había hecho trampa. "¿Contenta ya?", le dice. El ambiente de esta distendida situación familiar ha cambiado completamente. Y ahora sabemos no solo que Laia Urquijo caza las irregularidades al vuelo, sino que es agresiva interrogando y que quiere encontrar la verdad cueste lo que cueste, ya sea eso la tranquilidad de una velada en familia o las cabezas de seis antidisturbios.

Y es que el personaje trabaja en Asuntos Internos, investigando a los que, como su padre, quieren faltar a las reglas y salirse con la suya. Laia se encargará de poner el foco sobre la unidad protagonista de antidisturbios después del caso sobre el que pivota toda la historia de la serie: durante un desahucio violento a causa del enfrentamiento entre los agentes y unos manifestantes que intentaban impedirlo, un hombre muere. Al estilo Line of duty, Urquijo tiene que investigar los hechos y señalar a los responsables. Pero el caso se va complicando cuando un video grabado por una vecina se filtra a los medios y el caso se vuelve un asunto de importancia nacional, con revueltas en el barrio madrileño de Lavapiés y una urgente búsqueda de culpables por parte de las instituciones. No importa resolver todo este asunto: solo que alguien cargue con la culpa. Y aquí es donde Antidisturbios empieza a escalar la pirámide.

imagen de la serie antidisturbios
Movistar+ / ©joseharo

Un repaso al poder: De abajo a arriba

Cómo funciona el poder es algo que apasiona a Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña. Lo vimos en El reino, y Antidisturbios funciona como una extensión de la misma. La única manera de entender cómo funciona la policía es seguir mirando hacia arriba. Todo empieza con un terrible desahucio, que después resulta formar parte de unos chanchullos urbanísticos en connivencia con la justicia y la política, y que más allá resulta ser un plan mucho más grande para enriquecerse a costa de la especulación y la calidad de vida de los ciudadanos. Cuando todo esto se pone encima de los cuellos de unos antidisturbios cuyo material de trabajo es la violencia, el resultado es fatal. Y eso es lo que la serie quiere que entendamos a fin de cuentas: que detrás de un agente de policía apaleando un manifestante hay toda una estructura de poder que se lo permite y se beneficia de esa violencia. Ellos son los perros guardianes de un sistema podrido, pero no son quienes reciben sus generosas recompensas. Al final, son funcionarios maltratados a los que les ofrecen el descargue de violencia como regalo.

La serie se sitúa entre 2016 y 2017 no es ninguna casualidad. Donde su anterior película protagonizada por Antonio de la Torre era una amalgama de ambigüedades, esta serie habla de un momento concreto. Escuchamos a Mariano Rajoy, por entonces presidente del gobierno, hablar por la radio de la situación en Cataluña. Es, en efecto, un tiempo de turbulencias políticas y sociales, del juicio a la Gürtel y a las Tarjetas Black, de la efervescencia del movimiento independentista catalán,los cruceros con dibujos de Piolín y las palizas del 1 de octubre de 2017 en el horizonte como consecuencia natural (a la que no llegamos) de todo lo que hemos visto. El contexto sociopolítico que acompaña a Antidisturbios es tan acertado como demoledor, y, teniendo en cuenta que en este 2020 se ha dictado sentencia sobre algunos de aquellos crímenes y se ha empezado a investigar otra trama más conocida como Operación Kitchen, es también terriblemente oportuna. La vida y la ficción caminando de la mano.

[CUIDADO, aquí hay spoilers del FINAL DE LA SERIE]

vicky luengo en antidisturbios
Movistar+

¿Qué pasa al final?

Tenemos que hablar del final de Antidisturbios. Cuando la trama empieza a encontrarse con la de El reino, todo empieza a cambiar. Sí, ambas historias forman parte del mismo universo de corrupción política y chanchullos económicos en las sombras marca Sorogoyen y Peña que esperamos que siga creciendo más y más. El caso es que Laia descubre gracias a su tozudería que el desahucio del inicio de la serie fue llevado adelante en contra de los peligros que presentaba la situación porque formaba parte de un plan mucho más grande: un esquema enorme de corrupción política en el que se llegó a tratos de favor con constructoras de pisos turísticos que se apoderan de los terrenos echando a la gente de sus casas por la vía judicial.

Laia va tirando del hilo y encuentra por el camino a su propia jefa (Mónica López), que mantiene una relación con uno de los implicados y ha estado mediando para beneficiar a todo este esquema corrupto. Estas investigaciones la llevan a ingresar en un grupo secreto liderado por su ahora exjefe (Tomás del Estal) y la jueza Costa (Mona Martínez; ¿la recordáis en El reino?) y en el que han decidido salir de los cauces institucionales para poder cambiar las cosas de verdad. Aquí se introduce una pregunta importante para la serie que se volverá a materializar al final: ¿se puede cambiar el sistema desde dentro o hay que hacerlo desde fuera? ¿Qué hace falta para conseguirlo?

Este grupo secreto trabaja día y noche haciendo turnos de vigilancia, transcribiendo escuchas y recogiendo testimonios que la jueza podrá utilizar para llevar a todos los corruptos ante la justicia. Sin embargo, parece que uno de sus informantes ha informado de lo que ocurre a Revilla (un tipo al estilo Villarejo que interpreta el padre de Sorogoyen, acreditado, curiosamente, como Paco Revilla), que manda a dos matones a robar todo lo que habían recopilado del piso en el que trabajan. Con la mala suerte de que, esa noche, Laia se había quedado allí a a trabajar, por lo que acaba maniatada y viendo impotente cómo se llevan su trabajo.

Pero no os penséis que eso la achanta. Sabe perfectamente quién es el responsable de esto. Así que se planta frente a la casa de Revilla y le pide que le devuelva las grabaciones o llevará todo el tema a la prensa, acabando con su carrera. Al fin y al cabo, ¿cómo va a seguir apagando fuegos discretamente para las grandes esferas de poder si su cara está en todos los periódicos? El hombre le dice que se suba en el coche, que retrocede hasta meterse en el garaje de nuevo. ¿En la boca del lobo? Pero lo que tiene lugar en ese asiento trasero es una conversación que dará el último giro a la historia de Antidisturbios: Revilla le ofrece a Laia devolverle sus grabaciones a cambio de una vía de información en Asuntos Internos. Si recordamos, ella iba a ser asignada a una operación en Algeciras contra un comisario importante de la policía (una maniobra de su jefa para quitársela de encima), pero finalmente es su compañero Aitor (interpretado por Nico Romero) quien se encarga del tema. "Hay algo en Algeciras, es gordo porque hay mucho revuelo. Llevan dos años detrás del Comisario", le dice en el coche. Lo que le promete Laia a Revilla es entregarle todo lo que pueda sobre ese caso para que este pueda proteger a su principal perjudicado, adelantándose a los movimientos de las autoridades y destruyendo las pruebas incriminatorias contra él. Vaya, atar bien los cabos antes de que la policía se le eche definitivamente encima.

Y así, la protagonista se convierte en parte de esas cloacas del Estado contra las que está luchando. Eso sí, la serie deja en el aire una cuestión importante: si este intercambio de favores va a convertirse en algo recurrente o solo es un caso puntual. Algo nos dice que es lo primero. "Tranquila, los huesos duelen al crecer", le dice Revilla cuando sale apresurada del coche, como diciéndole que pronto se acostumbrará a tener que lidiar con estos trapicheos habituales en las sombras del poder. Al salir a la calle, la cámara da una vuelta y la deja boca abajo: su mundo acaba de cambiar completamente. No creemos que haya vuelta atrás para Laia Urquijo después de esto.

Otra pregunta que deja este momento es clara, y la hemos avanzado antes: ¿hace falta aliarse con el poder para conseguir cambios reales? ¿Es una utopía pensar que se puede cambiar todo por los cauces habituales o a veces tienes que darle un poco al enemigo para que algo avance? ¿O quizás este intercambio solo es otra muestra de que la ambición de Laia Urquijo no es solo cambiar las cosas, sino ganar cueste lo que cueste, como cuando juega al Trivial con su familia? La trama cierra de alguna manera un círculo explorando las intenciones de la protagonista, de un encuentro familiar donde no había nada más importante que ganar un quesito hasta una investigación policial cuyos frutos ve ahora en el telediario con varios arrestados. Las respuestas, como en el caso de simpatizar o no con los antidisturbios, queda de nuevo en manos de los espectadores. Pero lo verdaderamente importante es el pedazo de thriller con el que hemos vibrado por el camino.