"Dije que no muchas veces, hasta que me pusieron tanto dinero encima de la mesa que tuve que decir que sí”. Arturo (no es su verdadero nombre) es un consultor especialista en tecnología que dirige proyectos a muy alto nivel para grandes empresas, pero esta vez el encargo era demasiado. La llamada de teléfono le encontró un viernes en su casa, con la oferta de liderar un proyecto imposible, extremadamente complejo, en el que iban a intervenir representantes de una docena de países… y que empezaba el lunes siguiente.

“Lo que tenía por delante era un mes en el que me iba a tener que matar a trabajar”, cuenta. “Ese lunes me levanté a las siete de la mañana, me di una ducha fría, me tomé un café con leche, una tostada y una microdosis de LSD. Después me metí en el la oficina del cliente a trabajar doce horas sin parar”.

No es el único que ha optado por este peculiar desayuno. En Silicon Valley y otros centros mundiales donde burbujean las startups tecnológicas y el ritmo de trabajo y de creación es frenético, las microdosis están de moda entre sus programadores, emprendedores y consultores. La dosis habitual, o recreativa, de LSD es de 100 microgramos. Las microdosis suelen ser una décima parte, unos 10 microgramos, y se toman cada tres días. Esta dosis se considera subperceptual, ya que no produce ninguno de los efectos asociados con los alucinógenos. La dosis completa provoca alucinaciones visuales, amplificación de los sentidos, una percepción distorsionada del tiempo y una sensación de “abandonar el cuerpo” que puede llevar a experiencias calificadas como místicas o religiosas. Por el contrario, las microdosis no tienen efectos fácilmente perceptibles.

LSD para trabajarpinterest
Patricia Gallego

“Si experimentas distorsiones visuales, es que has tomado demasiado”, advierte James Fadiman, el psicólogo que describió esta práctica en su libro Guía del explorador psicodélico. Algo que Arturo compara con los efectos del alcohol. “Yo había tomado bastantes alucinógenos cuando era más joven, siempre en dosis más altas, y no tiene nada que ver. Con el alcohol, si te tomas cinco gintonics te cuesta enfocar la vista y caminar en línea recta, y todo el mundo lo nota. Sin embargo, una copa de vino produce cambios que no te afectan demasiado. Tú lo notas, pero los demás no. Pues esto es lo mismo”.

Se sabe que Albert Hofmann, el científico suizo que sintetizó la molécula de LSD por primera vez en 1938 y que experimentó en sí mismo sus efectos, usó las microdosis a medida que avanzaba su edad, y en una ocasión confesó a un amigo que el uso de estas pequeñas cantidades “era un área poco investigada” y que merecía mayor atención. Los efectos son sutiles, pero quienes toman estas dosis mínimas aseguran experimentar una sensación de alerta mayor, más energía y un aumento de la creatividad. También se supone que ayudan a reducir el estrés y la ansiedad, así como a mejorar el sueño y la empatía, haciendo la comunicación con otras personas mucho más fluida.

"Me di cuenta de que, después de diez horas trabajando, estaba cansado, pero de buen humor"

Arturo asegura que las microdosis de LSD funcionaron a la perfección en su caso. “Cuando trabajas muchas horas al día, con reuniones que se alagan hasta las tantas, hablando con mucha gente, manejando muchos conceptos, te cansas mucho, y llega un momento al final del día en el que ese cansancio se transforma en mal humor. Yo me di cuenta de que después de diez horas estaba cansado, pero de buen humor”.

Este estado de ánimo positivo facilita trabajar con ideas complejas y encontrar ese momento “¡Eureka!” para resolver problemas. “Las microdosis te proporcionan lucidez. Es algo que el LSD (a dosis normales) te da de forma exagerada, tanta lucidez que te inhabilita para hacer nada más, pero en dosis tan bajas se puede llevar muy bien”, añade.

LSD para trabajarpinterest
Patricia Gallego
Arturo ha incorporado las microdosis a su vida diaria, incluso fuera del trabajo.

La tendencia se está haciendo global. En los mercados de la dark web, donde se pueden comprar todo tipo de drogas pagando con bitcoins, puedes hacerte con los tradicionales papeles secantes impregnados con LSD, pero en este caso con la dosis ya reducida para ir a trabajar, en lugar de salir de fiesta.

Por supuesto hay preguntas pendientes. ¿Realmente funcionan las dosis bajas de alucinógenos o es solo efecto placebo? ¿Tienen riesgos? ¿Tienen otros usos? Por desgracia, las respuestas no se pueden encontrar en las revistas científicas. La guerra contra las drogas que empezó en los años 70 ha impedido investigar con seriedad sobre estos compuestos durante casi cinco décadas.

Las drogas psicodélicas o enteógenos tienen una larga historia de amor con la humanidad. Se pueden encontrar pruebas del uso de plantas psicoactivas en ceremonias de hace 10.000 años, pero es probable que su descubrimiento sea mucho más antiguo. El psicólogo de Harvard Ronald Siegel cree que el impulso para intoxicarse es el cuarto instinto primario, después del hambre, la sed y el impuso sexual. Según otros expertos, los alucinógenos probablemente tuvieron un papel clave en el desarrollo de la conciencia en nuestra especie.

Una de las principales ideas filosóficas de Platón, la de la separación del cuerpo y el alma, que subyace a toda la filosofía y la religión occidentales, pudo muy bien ser el resultado de un viaje. Su diálogo Fedón, en el que se trata el concepto del alma, fue inspirado por los misterios eleusinos, una ceremonia en la que sus participantes tenían visiones y decían abandonar sus cuerpos, y en la que se consumía ciceón, una bebida de cebada que, accidentalmente o a propósito, estaba contaminada por el cornezuelo del centeno, un hongo alucinógeno.

LSD para trabajarpinterest
D.R.
Alexander Shulgin, el químico que descubrió los efectos de MDMA, el componente activo del éxtasis.

También hay pruebas de que el peyote se usaba de forma ceremonial en América en el sigo X a.C., y la palabra azteca teonanácatl, traducida como “la carne de los dioses”, se utilizaba para referirse específicamente a los hongos que contenían el compuesto psicoactivo psilocibina. Fue a partir de 1950 cuando el laboratorio farmacéutico Sandoz en Suiza comenzó a fabricar LSD y facilitó así la experimentación en distintas enfermedades mentales. Entre 1954 y 1960, el psiquiatra Humphry Osmond trató a miles de alcohólicos con LSD. Su hipótesis era que el alucinógeno podía producir síntomas parecidos al delirium tremens sin los riesgos del alcohol, y asustar al bebedor lo suficiente para que abandonase su adicción. En lugar de asustarlos, el LSD trajo a un 50 % de estas personas cambios muy positivos en su personalidad y les permitió organizar y recuperar sus vidas y abandonar el alcohol, todo tras una sola dosis.

No fue el único experimento. En 1965, en el Hospital Spring Grove State de Maryland se trató a 17 pacientes terminales que sufrían ansiedad, depresión y miedo a la muerte. Los síntomas mejoraron en dos tercios de los casos. La técnica de la terapia psicodélica era similar en todos estos experimentos: los pacientes se sometían a una sesión de psicoterapia bajo los efectos de una dosis moderada o alta de la sustancia alucinógena. Durante esta sesión analizaban su experiencia y se les guiaba para que hablaran de los temas que les atormentaban.

"En los años 60 la gente tomaba LSD para dejar la oficina y no volver, ahora te lo tomas para entrar a trabajar"

A mediados de los años 60, la opinión pública en EE. UU. empezó a cambiar. El comienzo de la guerra contra las drogas dejó fuera de la legalidad a las sustancias psicotrópicas. De pronto, los científicos se encontraron con restricciones crecientes para continuar con su trabajo. El LSD y otros alucinógenos se clasificaron como sustancias “potencialmente adictivas” y “sin valor medicinal reconocido”, algo que contradecían cientos de estudios ya existentes. Algunos científicos fueron calificados de charlatanes y esta puerta se cerró para la psiquiatría mundial durante décadas.

Aunque todavía son ilegales en la mayoría de los países, el reciente resurgir de experiencias como la de la ayahuasca, con miles de personas viajando a Perú para experimentar sus efectos, o la popularización de los hongos con psilocibina está facilitando que se multipliquen los experimentos con fines terapéuticos. Comenzamos a tener idea de sus mecanismos de acción en el cerebro, y los resultados son muy prometedores.

En los últimos años se han realizado experimentos con veteranos de guerra usando MDMA, el componente activo del éxtasis, para el tratamiento del estrés postraumático. Con una sola dosis se alcanzan tasas de recuperación completa de más del 60 %, todo esto en personas que sufrían este trastorno desde hacía 17 años de media y que no respondían a la medicación con psicofármacos. Dos estudios de 2016 analizaron el tratamiento de la depresión clínica con psilocibina. La mayoría de los pacientes, que tampoco respondían al tratamiento con antidepresivos, experimentaron una mejoría sustancial después de una sola dosis, y el alivio de los síntomas se prolongó al menos durante los seis meses siguientes.

Todavía no se sabe exactamente cómo funcionan las drogas psicotrópicas, pero todo indica que, curiosamente, tiene que ver con la desconexión de diferentes áreas del cerebro. Con la ayuda de un escáner de resonancia magnética (MRI) se ha podido ver qué partes del cerebro se activan durante la experiencia psicodélica. En el caso del MDMA, se produce una desconexión de la amígdala, la parte del cerebro donde residen el miedo y la ansiedad, y se supone que esto permite a los veteranos de guerra enfrentarse a sus traumas en un estado que les permite aceptarlos más fácilmente y contemplarlos desde otro punto de vista. Con el LSD las regiones del cerebro que se encargan de la percepción del mundo exterior se desconectan de aquellas en las que se producen la introspección y las ideas sobre uno mismo. Esto explicaría, por un lado las alucinaciones sensoriales, sobre todo visuales, y por otro la sensación de “disolución del ego”. Al mismo tiempo, partes del cerebro que normalmente no se comunican entre sí, de repente ven el camino libre para conectarse.

Cuando se suprime el ego, es decir, nuestras ideas sobre nosotros mismos aprendidas y reforzadas durante años, aparecen nuevas percepciones de nuestro yo, de nuestras relaciones con los demás y con el entorno. Estas sensaciones son dramáticas en el caso de las dosis altas, pero se supone que ocurre lo mismo,en menor medida, con las microdosis. Esto explicaría el aumento de la creatividad, la capacidad para pensar “lateralmente” y el aumento de la empatía y capacidad de comunicarse con los demás.

“No ocurre nada espectacular –comenta Arturo–, pero al final de la jornada piensas ‘ha sido un buen día’. Si lo haces de forma sostenida, cada tres días, en un mes has tenido 10 buenos días, y eso es más de lo que muchos pueden decir”. Este consultor ha incorporado las microdosis al resto de su vida, incluso fuera del trabajo. “Una comida con la familia, o un día de paseo, circunstancias en las que quieres un extra. He encontrado que las microdosis te proporcionan un buen día”, asegura con convicción.

Todo tiene su precio, aumentar las capacidades de tu cerebro, también. “El primer día después del proyecto lo pensé”, cuenta Arturo. “En los años 60 la gente tomaba LSD para dejar la oficina y no volver, ahora te lo tomas para entrar a trabajar”. Las drogas se convierten pues en todo lo contrario del escapismo, en una herramienta para alcanzar mayor eficiencia, mayor productividad, mejores resultados. “Las microdosis no van a hacer la revolución de la paz y el amor”, concluye.