Las oficinas abiertas, te cuenten lo que te cuenten, tienen más que ver más con un ahorro de costes que con un incremento de la productividad.

La culpa de todo la tienen las colinas de Teluride, en Colorado. Y unos esquíes. Y un publicista de los noventa con poco de Draper, menos aún de Sterling y mucha tontería de Cooper. Mucha. Pero vayamos por partes.

Lo más probable es que ahora mismo, mientras lees estas líneas de extranjis, mientras haces como que trabajas, y sólo después de haber cerrado el Excel que has diseñado para calcular exactamente cuánta comida y bebida necesitas comprar para la barbacoa a la que has invitado a tus cuñados el domingo, estés trabajando en una oficina abierta, sin cubículos, sin particiones (salvo un par de salas de reuniones y el despacho del jefe jefazo), sin escritorios privados: solo filas de mesas y ordenadores, con empleados sentados hombro con hombro en paz y armonía. Eso si tienes la suerte de tener una pared detrás, porque si no, estarás consultando todo esto en tu móvil, provocando severos daños (a largo plazo, no te apures) a tu columna cervical.

Estás escuchando al mismo tiempo a tu jefe hablar con el responsable de otro departamento sobre algo que ni te va ni te viene. Y los de la isla de al lado están hablando de la perturbadora conexión entre Heridas abiertas, la serie de HBO, y su conexión con las mejores películas de terror de los últimos años.

Este tipo de entorno de trabajo se defiende -sobre el papel- para fomentar la interacción, la colaboración... Pero la ciencia -bueno, y también tu sentido común- dice lo contrario. Y mira que ha habido una larga lista de estudios que demuestran que no funciona. Incluido el propio modelo en el que se inspira la oficina abierta. Porque si le quieres echar la culpa de todo el ruido que tienes que sufrir a diario y de que por una vez no sea culpa tuya que seas menos productivo, se la puedes echar a Jay Chiat, el publicista que mentábamos con rabia contenida en el primer párrafo. Chiat, por cierto, es el responsable último de la campaña de Apple 'Think Different' y del omnipresente y cargante -nunca mejor dicho- conejito de Duracel, entre otras joyas de la publicidad contemporánea.

Resulta que el bueno de Chiat apostó para su agencia de publicidad a mediados de los noventa por un diseño de planta abierta. No llegó a esa conclusión de la noche a la mañana. Tuvo una epifanía en la primavera de 1993 mientras subía y bajaba las suaves colinas de Teluride, en Colorado. Como cuenta David Burkus en su bestseller, Bajo una nueva gestión (Empresa Activa, 2018): "Chiat se puso a reflexionar sobre cómo afecta el entorno laboral al trabajo. Pensó en cómo el diseño de los espacios de trabajo solía ser un simple reflejo de la política y la jerarquía de la empresa, con oficinas en las que a medida que el empleado ascendía, se encontraba con despachos más grandes y asilados. [...] Cuando acabó de esquiar decidió dar un ejemplo al mundo de cómo había que llevar un negocio a través del diseño de sus oficinas". Y además lo contó a los cuatro vientos.

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Fotogramas.
Llegas a la oficina, y, mosquis, ni un sitio libre para dejar tu máquina de escribir.

Su plan consistía en derribar paredes y cubículos y desprenderse de escritorios y ordenadores de sobremesa. El resto, es historia. Chiat concedió entrevistas a diestro y siniestro y se esparció como la sal sobre la nieve la buena nueva. El problema es que ninguna de las empresas que comenzaron a profesar esta nueva religión arquitectónica se paró a analizar si esto funcionaba o no. Porque el nuevo diseño no funcionaba:

1. Potenciaba las camarillas.

2. Los empleados se atrincheraban por zonas y se dejaba paso a guerras territoriales.

3. Lo empleados que llegaban un poco más tarde no encontraban huecos para trabajar.

4. Las salas de reuniones no eran lo suficientemente grandes para poder hacer reuniones de equipo.

Vamos, que fue un fracaso. El problema es que trascendió la novedad, pero no sus consecuencias. ¡¿En qué hora se fue este buen hombre a esquiar para reflexionar sobre lo humano y lo ajeno?!

Los que sí se han parado a analizar los efectos nocivos de una idea nivel Tony Stark han sido los sociólogos. Vamos a repasar la breve historia de sus investigaciones:

Los que dicen que potencia el estrés

Un estudio que llevaron a cabo en 2011 investigadores de la Universidad de Leeds, concluyó que las oficinas de planta abierta sí conseguían con éxito que los empleados se sintieran parte de un entorno más innvodaor y colaborativo, pero que "eran perjudiciales para la productividad del empleado, su período de atención, satisfación y pensamiento creativo, ya que generan más interrupciones, potencian el estrés y reducen el nivel de concentración".

Los que culpan al ruido

Poco tiempo después, dos psicólogos ambientales de la Universidad de Cornell, Gary Evans y Dana Johnson, encontraron en qué fallaba exactamente el modelo: "concretamente, el ruido de bajo nivel en las oficinas de estilo abierto parece dar lugar a niveles más altos de estrés y una menor motivación de la tarea".

Los que demonizan a las interrupciones

¿De dónde viene ese estrés? Un clásico estudio del Journal of Experimental Psychology apunta que una interrupción de 2,8 segundos "provoca el doble de errores en el trabajo que se está realizando" y una de 4,4 segundos, el triple.

¿Coges la idea, no? Hay más estudios, pero tampoco te queremos aburrir. A lo largo de los años, otros estudios han descubierto que las oficinas de planta abierta tienen efectos igualmente perjudiciales, que incluyen:

• Una disminución promedio del 15% en la productividad

• Un aumento del 50% en la probabilidad de enfermarse

• Un aumento en el número de distracciones por hora

De hecho, hasta el 60% de los empleados que trabajan en espacios abiertos de planta aseguran estar insatisfechos con ellos.

Ahora ha caído en nuestras manos una investigación más fresquita todavía... que viene a decir lo mismo.

Ethan S. Bernstein y Stephen Turban, dos investigadores de la Harvard Business School, acaban de publicar en el número de julio la revista Biological Sciences un nuevo estudio: la interacción cara a cara disminuye en un 72% en las oficinas abiertas y los trabajadores se vuelven mucho menos productivos. Ah, y en lugar de decir las cosas a la cara, prefieren enviar un correo electrónico. Concretamente dice:

Contrariamente a la creencia común, el volumen de interacción cara a cara disminuye significativamente (aproximadamente un 72%), con un aumento asociado en la interacción electrónica. En lugar de provocar una colaboración cara a cara cada vez más dinámica, la arquitectura abierta parece desencadenar una respuesta humana natural para retirarse socialmente de los compañeros de oficina e interactuar en su lugar a través de correo electrónico y mensajería instantánea.

Entonces, ¿por qué los empleadores insisten en usarlos? Es simple: los espacios de oficinas abiertos son más baratos que los espacios de oficinas tradicionales. Todo lo que realmente se necesita son unas pocas mesas largas y algunas sillas.

También son más flexibles para las startups que anticipan un crecimiento rápido (es más fácil exprimir a algunas personas más en una mesa que encontrar más espacio en el suelo para otro cubículo).

No busques más. Esa es la única razón. Diga lo que diga Zuckerberg.

¿Cuál es la verdadera solución? ¿Volver a despachos y cubículos? Tampoco. So Young Lee, profesor de la Universidad Yonsei, y Jay Brand, un profesor asociado de psicología cognitiva, ofrecen en otra investigación una solución: que los empleados elijan qué les funciona mejor en cada momento. Después de coger a 228 seres humanos de cinco negocios de distintos sectores se encontraron con que "los participantes que afirmaron tener niveles altos de distracción estaban menos satisfechos con su entorno laboral", pero también con que "los empleados que consideraban que tenían un control personal sobre su espacio de trabajo, ya que su empresa les daba libertad para trasladarse si lo deseaban, aseguraron estar más satisfechos con su entorno laboral, más unidos al grupo y más satisfechos con sus empleos".

Lee y Brand concluyeron que la clave no está "en tener oficinas abiertas o despachos, sino en cuánto control permite la empresa que tenga el empleado sobre dónde y cómo quiere trabajar y ofrecer la posibilidad de espacios abiertos y espacios cerrados, y en dar la capacidad de que los empleados [no sólo los mandos intermedios] puedan ser independientes y estar aislados en unos momentos y estar juntos en otros, en función de sus necesidades".

Pues eso.