Que sí. Que aquí el que no se forra es porque no quiere. Que hay que ser osado, aguerrido, aventurero. Que el que no se atreve es un cobarde. No hay que pensar; hay que actuar. Porque si se puede imaginar, se puede hacer. Porque la gloria es para los valientes. Y etcétera, etcétera. Las ventajas del emprendimiento son cacareadas sin descanso pero, ¿alguien se ocupa realmente de contar cuáles son los peligros a los que uno se expone si sus decisiones no son fruto de una reflexión tranquila y sosegada? Pocos. Y Victor Küppers es uno de ellos. Es profesor, conferenciante y el padre de una sencilla ecuación con la que adivinar si, realmente, conjugas todos los requisitos para triunfar. Toca echar cuentas.

V = (c + h) x a

Cuatro letras y unos cuantos signos, de momento, abstractos, que van acompañados de una primera advertencia de Küppers: “Muchos emprenden por la imagen social, porque se sienten atraídos por el estereotipo. Pero, cuidado: antes de lanzarse, hay que pensarlo fríamente”.

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Y para eso sirve esta fórmula en la que la 'V' es el valor de cada uno; la 'c', sus conocimientos; la 'h', sus habilidades, y la 'a', su actitud. Sólo combinándolas adecuadamente y aportándoles una importancia determinada se cumplirán los requisitos para estar más cerca del pelotazo. “Al final, la vida profesional –y la personal– se basa en las relaciones humanas. Clientes, proveedores, equipo. Y todos ellos determinarán tu valor en función de las otras tres variables”, explica Küppers, que ya avisa: “Los conocimientos y las habilidades son importantes, suman, pero lo único que multiplica es la actitud”.

Porque los conocimientos son fundamentales; hay que saber cómo se hacen las cosas. Y también la habilidad, porque hay que hacerlas bien. Pero ser proactivo, amable, humilde; no desfallecer, mantener el ánimo; comprender, escuchar y querer seguir aprendiendo... En definitiva, tener una buena actitud es lo que realmente cala en los demás, porque es la forma en la que, al final, nos proyectamos hacia ellos. Aunque, si bien es lo más importante, no lo es todo: “No hay cosa peor que un tonto con ganas, sin duda. De ahí la importancia de aprender a combinar las tres variables en su medida correcta, porque será la única manera de, realmente, valer lo mismo que un imperio”, explica Küppers.


Muy bien, pero, ¿cómo se mantiene la actitud positiva?

A veces, es complicado. Terriblemente difícil. “Hay que aprender a nadar a contracorriente y empezar a diferenciar los dramas de las meras circunstancias adversas”, distingue Küppers, que afirma que dejarse ganar, estar frustrado, desilusionado, cuando en realidad no hay motivos de peso, es algo que hay que vetarse a uno mismo: “Perder a un familiar, no llegar a final de mes, estar enfermo. Eso sí son auténticos dramas por los que debemos estar mal”. Porque es sano, es una respuesta lógica a una situación negativa y el inicio del camino a su aceptación y solución. Pero “perder un cliente o no tener dinero suficiente para irse de vacaciones al Caribe no es un drama, sino una situación adversa que debe motivar nuestro ánimo por esforzarnos a superarla, que debe reforzar nuestra actitud positiva”, aconseja el profesor.

Y se puede. Porque el abatimiento descontrolado sólo trae más abatimiento. “Dejar de concentrarse únicamente en lo que está fallando y valorar lo que se tiene, cuidar las relaciones personales y ser conscientes de que la vida es dura, que no es perfecta, pero entenderlo como normal son acciones que refuerzan la actitud positiva”, repasa Küppers, y asegura que a nadie le viene dada una actitud inamovible de fábrica, sino que se aprende y se entrena si realmente se pone intención.


La reflexión final

Habilidades, conocimientos y actitud. Tres factores que, conjugados, nos programan para enfrentar cualquier proyecto. Pero queda todavía mucho por pensar: el profesor invita a seguir haciéndolo y a preguntarnos si de verdad emprender es lo nuestro o si, más bien, nos estamos dejando arrastrar por cantos de sirena. Entonces, ¿cómo debe ser el emprendedor? Según Küppers, debe contar con dotes comerciales, hacer bien su trabajo y, “no tener miedo a fracasar. No debe temer caerse porque sabe que se levantará. Y esto no es imprudencia, sino valentía”, explica.

Y más: “Teniendo en cuenta que el emprendedor es individualista por naturaleza, si tú no sabes trabajar sin estar rodeado de otras personas, quizás este no sea tu camino”. Por otro lado, Küppers hace estallar otro mito, el del afán de forrarse, afirmando que “un buen emprendedor no se moverá únicamente por el dinero, sino por la pasión que genera en él su proyecto”. Así que si sólo te interesa engordar tu cuenta, vas mal. Y en cuanto a la idea de negocio, esta debe cumplir, también sí o sí, unos cuantos parámetros: “Tendrá que haber mercado para ella y deberá ayudar a hacer la vida mejor a los demás”, algo imprescindible para mantener intacto tu ardor guerrero. Si no, pinchas.

Homer Simpson, para muchos un gurú del emprendimiento poco considerado, lo tiene claro: intentar algo es el primer paso hacia el fracaso. Tampoco es eso. Habrá que seguir peleando, aunque sea para mojarle la oreja a Flanders. Pero, si se ha de intentar, más vale hacerlo con tino.

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